¿Quién le tiene miedo a las ollas vacías?

Son las ocho de la noche, y puedo darme cuenta de la hora que es sin mirar el reloj porque a lo lejos se escuchan los ecos metálicos de tapas de cacerolas batiéndose. Ollas y sartenes repiquetean desde las cocinas de las casas de mi barrio, y el sonido va aumentando hasta llegar a ser una verdadera sinfonía de aluminio.

De un tiempo a esta parte pareciera haber una dinámica popular:
Paso 1, la presidente da un discurso televisado por cadena nacional, generalmente alrededor de las 6 o 7 de la tarde.
Paso 2 , aquellas personas que están en desacuerdo con lo dicho por la presidente se autoconvocan a la esquina más cercana a las 8 de la tarde y, cacerola en mano, expresan su descontento.

Con estos dos pasos se resume la democracia argentina. El Poder Ejecutivo habla y el pueblo responde, de manera precaria, con una protesta casi infantil. Al final, se logra más liberar la bronca, la frustración o la impotencia que expresar desacuerdo o reclamar una modificación en la política adoptada (en este caso puntual, la re estatización del sistema previsional).

No pretendo minimizar el valor y el peso de la protesta popular o de las manifestaciones sectoriales. Creo que el voto del pueblo soberano puede darse en las urnas y quitarse en las calles. De hecho, en el pasado hasta renunció un presidente a causa del manifiesto descontento de las baterías de cocina de los argentinos. Pero a no engañarse, no fueron sólo las ollas: las condiciones estaban dadas.

Más cercano en el tiempo fue la presencia de 300 mil personas para hacer sentir su voto no positivo, de vuelta echando mano a las cacerolas. A estas alturas, parecería ser que, mientras hay grupos que protestan con batucadas e instalando ollas populares frente a la casa de gobierno, hay otros que prefieren usar ollas vacías y hacer ruido metálico con el mismo fin.

Parece que se desgastó la idea del cacerolazo como respuesta a los discursos de los políticos. No sé si en algún otro barrio estará sucediendo lo mismo. Quizás mi reflexión es aislada, ya que el concierto de cacerolas y bocinas no se hizo escuchar en otros barrios, o por lo menos no salieron en la televisión.

Ahora no es un cacerolazo soberano, sino unos cuantos vecinos haciendo barullo. Ya no se trata de golpes secos y dolidos a cacerolas hartas de estar vacías, sino más bien el sonido tintineante de cacerolitas chinchudas que quieren que les presten atención, que quieren llamar al orden en la cocina del país.

La vida no es sueño


Quiero encontrar las palabras para decirte lo mucho que aprendí a quererte en tan poco tiempo. Para decirte que estoy con vos, que no estás sola, que mis reclamos de que “te quieras” no son sólo para colmarte la paciencia. Quiero que te quieras como te queremos nosotros. Bien, radiante, con ganas de reírte y de vivir.

Con que te quieras un poquito alcanza. En serio. No hace falta más. Sólo tenés que quererte una ínfima parte de lo que te queremos nosotros y va a ser un montón – por lo menos para empezar. Más adelante te vas a dar cuenta, vos solita qué lindo es quererse a uno mismo y ser tu propio mejor amigo.

Quizás no hayamos pasado por las mismas cosas que vos en el pasado, pero si nos dejás, podemos pasar juntos las cosas que traiga el futuro. Hay futuro, en serio. Y no tiene por qué ser hoy ni mañana, pero con que tengas las ganas de verlo basta. Averigüemos juntos qué nos depara la mañana, ¿dale?

No, no es por ahí. Sí, ya sé que parece lo más fácil. Se duerme tan bien, es tan silencioso todo… pero es eso. El silencio, la inercia, el no poder despertarse del sueño. Es un sueño pesado, que te envuelve y te enmudece, hasta dejarte convertida en una estatua de sal, tan fácil de resquebrajar.


Despertar no está mal. Te hace ver la realidad, y también te permite cambiarla. Porque dormir es eso, la inercia, el no poder abrir los ojos, que siempre es lo mejor que podemos hacer. Aunque la luz nos encandile, o la oscuridad no nos deje ver.

Conciencia Social

No son pocas las veces en las que caminamos apurados, distraídos y esquivando gente por la calle. Es común que cuando estamos pensando en otra cosa no miramos donde pisamos, y entonces nos exponemos a una de las mayores desgracias que pueden pasar caminando distraído: pisar caca de perro.

Y uso la palabra "caca" para no usar el vocablo ese que ya se están imaginando. Como cuando uno pisa CACA de perro, exclama "conch'tuma', perrode... caca", o algo parecido. Y trata en vano de deshacerse de los residuos caninos y del olor que impregna el calzado.

Mientras tiramos a la basura los zapatos arruinados, es normal que surja la siguiente reflexión: no hay que culpar al perro sino al animal que lo saca a pasear. "Conciencia social", me dice V. Ella sabe del tema porque tiene perro y los que tienen perro deben levantar "lo que dejan" sus mascotitas.

Pero además, el comentario viene a colación porque, caminando por la siempre bulliciosa Avenida Corrientes, vemos un espectáculo inesperado: la dueña hacía las veces de pelela mientras interceptaba el sorete de su perro caniche antes de que tocara la baldosa.

"Eso es conciencia social", me dice V. Pero yo creo que eso es desagradable. La conciencia social bien se puede tener después de que haya sido depositado el--- en fin. No hace falta "atraparlo al vuelo".

"Por lo menos tenía puestos guantes", argumenta V. Sí, también usó una serilleta o cosa parecida para envolver el "paquetito" y tirarlo, ¿pero eso qué tiene que ver? De todas maneras, aplaudo la onciencia social de esa señora, a quien no se le cayeron los anillos a la hora de sostener la... conciencia social... de su perro.

Cables en remojo

¿Será cierto eso de que hay veces que conviene no salir de la cama? El primer caos del día –un lunes, vale destacar- estaba arremolinándose en mi monitor cuando llegué a la redacción. Se pincharon los planes de pasar un fin de semana todas juntas para despedir a la casadera.

El “viaje de fin de soltería” tenía que posponerse o realizarse este fin de semana. Detalle: hoy me cambiaron los horarios de trabajo y se me complica “estrenar horario” pidiéndome un día libre.

La repentina colisión entre el cambio de rutina y de planes para el fin de semana hizo que me entrara calor de más en la azotea. Los cables aguantaban, sí, pero estaban juntando voltios de más. Lo que me molestó no fue que se cancelara el viaje. Lo que me molestó fue la manera en que, de un día para el otro, estábamos en el primer casillero, sin saber qué hacer o a dónde ir.

Y que nadie decida, nadie deje en claro o fije una posición, o algo. Es difícil cambiar un franco pedido hace un mes unas mil veces en una semana. ¿Los cables? Calientes. Una tarde psicoanalítica -con ese maravilloso diván que es la cámara de televisión-, y una amena jornada laboral más tarde, llegué arrastrando los pies a la facultad.

Materia uno: tufo medio, aire viciado, recién dejada por la comisión de la tarde. Cables: enfriándose, pero no mucho. El olor no contribuye. Empieza la clase, y vamos directo a la siempre fría sala de redacción… un oasis para mi azotea. Lástima que el recreíto no duró mucho.

Segunda materia del día: tediosa. Pero se banca, librito mediante. Tufo: Alto, altísimo. Al punto de embotar los sentidos. Llegué a casa y me recibieron con atrevimientos y peculiaridades. Algunas mezquindades de la vida y de las personas. Comí muy rápido, con bocanadas de ansiedad.


La gente se equivoca cuando dice que la mierda la manda la vida, Dios, o el destino… es todo mandado por otra gente. Ahora, después de horas de verborrágico desahogo, puedo poner los cables en remojo.

Me voy a dormir. A negar que este mundo existe y a buscar a dónde dejé ese pasillito azul por el que caminaba anoche... Quizás, como dice el saber popular, hay días en los que no se debe salir de la cama, sobretodo si no se está dispuesta a lo que venga.

Blogs traspapelados I



Piquetero no se nace, se hace (versión reloaded)


La sociedad entera entrega un doble mensaje a los chicos: por un lado está el “nene, andá a estudiar” y por el otro, “nene, aprendé a protestar”. Ésa es la lección que presencié la otra tarde, cuando caminando por el centro de la ciudad me encontré con la siguiente imagen:

Un grupo de manifestantes pasaron por enfrente de un jardín de infantes cantando una consigna política con la melodía del clásico “A ver, a ver // como mueve la colita…” En lugar del “…la tiene paspadita” remataban la canción con un resuelto “…el gobierno hijo de puta”.

De repente, el hombre que lideraba el grupo, megáfono en mano, les preguntó a los chicos que “espiaban” desde la terraza de la escuela si conocían ese canto, y los chicos respondieron que sí, como quien responde si conocen la canción del elefante Trompita. Era cierto: conocían la melodía, aunque la letra fuera otra.

Después hay gente que pregunta (entre ellos la que escribe) cómo se les ocurre a los estudiantes secundarios tomar sus colegios, como el Pellegrini o el Nacional Buenos Aires. Ya no me llama la atención ahora que veo que, cual esponjas, los chicos absorben ejemplo que les ofrecen sus mayores de un modo didáctico y directo.

De hecho, mientras me alejaba del lugar podía escuchar que los chicos, una vez que se hubieran ido los manifestantes, siguieron cantando la misma canción, con la letra original y pícara que conocían, pero con la entonación de la bronca, de la marcha.

¿Estamos educando a los próximos D’Elía, Castells, Moyano, D’Angeli…?

De una, a la otra

Maguis dice:
si , pero re bien que tes haciendo esa terapia... no sé cada uno tiene su mambo...o su cruz..

Peq. Buda dice:
algo así

Peq. Buda dice:
sí, a veces es un mambo, a veces es un rocanrol jajajaja

Peq. Buda dice:
de cualquier manera, nadie sale vivo de la vida, pero hey! hay que vivirla mientras se está acá

Maguis dice:
muchas veces hay personas que por no exponerse mucho por miedo no logran concluir sus sueños y viven lamentandose por lo que "sueñan"

Maguis dice:
jajajaj de una

Peq. Buda dice:
no quiero ser así

Peq. Buda dice:
de una

Las falacias bien escritas se hacen verdades

¿Por qué a la gente le encanta corregir lo que escribe otro? Es como si se despertara una maestra Ciruela dentro de cada persona que, ante la oración mal escrita, repara en los errores ortográficos y sintácticos en vez de prestar atención al mensaje detrás de la aberración lingüística.

Podría decirse que, por aproximación, el escribir con faltas de ortografía o de redacción se transforma en la versión gráfica de perder la razón por gritar o usar malas palabras. En realidad, hay veces en las que aunque la mayor parte del texto está bien escrito, hay un numerito, o una letrita fuera de lugar hacen saltar la térmica literaria.

Lo peor de todo no es que los “correctores ocasionales” corrijan detalladamente lo que otro quiso decir, aún si eso implica cambiarle el significado a la idea original (eso corre por cuenta del que escribió y no se hizo entender). El problema es que, al hacerlo, remarcan también la inferioridad del discurso del “autor” y la superioridad del propio.

Entonces, ya no importa quién tiene la razón, sino quién tiene más dominio de la lengua escrita. Quedan al margen los argumentos, sean verdades reales o aparentes. Si bien es cierto que las reglas de la lengua castellana están para ser respetadas, no creo que sea necesario tratar de bruto o mediocre a quien, en el afán de darse a entender, escribe como puede.

La canción no es la misma

Caminaba por la calle Rodríguez Peña cuando me encontré con un pequeño grupo de gente, con pancartas y consignas sociales en alto. Con los colores rojo y negro presentes, la columna empezó a avanzar, seguida por una camioneta de la policía y un par de oficiales en motos. A la altura de la calle Paraguay, justo enfrente al Palacio Pizurno, la columna entonó, liderada por una voz a través de un megáfono, un canto de protesta, de bronca.

La melodía de este canto me resultó conocida, como para cualquiera que hubiera sido un chico en este país y que hubiera ido la escuela: “A ver a ver // como mueve la colita // si no la mueve // la tiene paspadita”. Claro que, en la versión adulta y combativa, poco tenía de inocente la nueva letra del viejo juego… la frase final era “el gobierno hijo de puta” en lugar del clásico “la tiene paspadita”. Salvo por la nueva letra, la canción seguía siendo la misma.

La columna se movió, todavía entonando su canto, a lo largo de la calle Rodríguez Peña y cuando pasaron por enfrente de una escuela primaria ubicada en esa calle y la avenida Córdoba, los alumnos de jardín de infantes que estaban de recreo se sumaron al canto. No conocían la nueva letra, pero la melodía era la misma, así que cuando el guía les preguntó, megáfono en mano, si conocían la canción contestaron al unísono que sí.

Una vez que hubiera pasado el contingente por enfrente de la escuela los alumnos siguieron coreando la canción, con la letra de siempre, pero con otra entonación: ya no era picardía sino esa bronca que se le imprime a todo canto que está desesperado por ser escuchado. De alguna manera, la canción, y el juego, cambió para los chicos.

El ejemplo que la sociedad le da a los chicos es tan importante como las enseñanzas de sus maestras acerca de lo importante que es compartir en partes iguales todo entre sus compañeros. No nos olvidemos lo fácil que aprenden los chicos durante la edad de la inocencia, sobretodo cuando la melodía es vieja, aunque las palabras sean otras.

Construyendo las Torres de Babel

"Tengo un problema personal con las torres" me dice desde el otro lado de la hilera de monitores en el sótano que donde funciona la sala de redacción. Está sentado contra la pared, recostado sobre el respaldo de su silla desde donde me asegura que los múltiple emprendimientos inmobiliarios que brotan como hongos en las húmedas calles de Buenos Aires "son el síntoma de algo".

A él le parece raro que una ciudad ubicada en una zona geográfica tan llana no se expanda en sentido horizontal sino vertical. "Tiene que ver con la estigmatización del conurbano como zona de inseguridad", me sigue explicando. "Hay gente que vive peor en la capital que en provincia, pero prefiere vivir en capital igual", remata.

Quizás tiene razón, quizás todo quedó desde la época en que el gaucho Martín Fierro lidiaba con los malones en los fortines de la provincia de Buenos Aires (que por esos días quedaban tan lejos como Brandsen, a doscientos kilómetros del obelisco). “Es un país atravesado por la dicotomía“, me asegura. Y casi le doy la razón.

Después escucho la otra campana, la que retiñe y me dice que en realidad es la típica mentalidad de quien está acostumbrado a vivir en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires, conocido oficialmente como AMBA (Área Metropolitana de… se entiende). Yo nunca pensé que alguien pudiera desconfiar de un edificio.

Claro que bien se puede mirar con recelo y tener una opinión reservada acerca de las intenciones de quienes construyen complejos edilicios de lujo en zonas donde en realidad están más necesitados de condiciones básicas como el agua potable y el suelo limpio que un shopping con marcas “de primer nivel”.


En las costas de Avellaneda y Quilmes se edificará una nueva suerte de Puerto Madero, que recibirá el nombre de Costas del Plata. Este emprendimiento urbano estará a cargo de una unidad de negocios del grupo Techint, según publicó el diario Perfil en su suplemento “El Observador”.


Estará situada nada menos que sobre un relleno sanitario (tierra donde antes había desechos) y en una de las zonas más golpeadas por las sucesivas crisis económicas argentinas. Pero al margen de la crónica periodística, es evidente que hay alguien que quiere ahondar en la dicotomía que divide no sólo la ciudad sino también sus alrededores…

¿Nos estarán queriendo apartar aún más?

Ya existe una exorbitante cifra de gente necesitada de trabajo, vivienda digna y, por el momento, también de asistencia gubernamental. Pero que además surjan de la nada y se expandan como traídos por esporas alrededor de la zona metropolitana es no sólo sospechoso sino también contradictorio: ¿quién financia y quién posee propiedades de ese valor?

Alguien está vendiendo humo. Mientras tanto, le cambian la fachada a la ciudad, a mi ciudad. Y ponen un plato de comida en la vereda de enfrente del que tiene hambre.


AC - Mafalda Chan

Me tomo cinco minutos...

Yo lo que no entiendo es por qué la gente apura tanto. Entiendo que, al ser siempre la última en llegar, nunca me toque esperar, y aburrirme, media hora o más. Pero de todas maneras, no entiendo a la gente que te dice: “son las cuatro, apuráte”, y en realidad son las cuatro menos cinco, que es casi lo mismo, pero no es lo mismo.

Mi reloj despertador está ajustado con la hora que da el 113. Lo mismo el reloj y el calendario del celular. Cuando me quedo dormida (cosa que pasa seguido), chequeo el reloj de la “hora oficial”, y me la da una idea de cuán tarde voy a llegar. Entonces, me apuro, y llego tarde, sí, pero a la hora que yo predije que iba a llegar tarde. Y me reciben, claro está, con el predecible y redundante “llegaste tarde”.

Lo que me llama la atención es que la mayoría de las personas que me apuran, o que me hacen notar exactamente por cuántos minutos llegué tarde lo hacen “desde el futuro“. Así es: tienen sus relojes adelantados al menos cinco minutos. Algunos hasta diez. Al margen de ser una injusticia (porque no tengo modo de saber que ellos están viviendo “cinco minutos adelante” mío), es un poco preocupante el vertiginoso caminar de algunas personas por este mundo.

En realidad, no es que me esté excusando por llegar tarde sistemáticamente a todas partes: el ser impuntual es mi error, y el ser puntual es mi desafío diario y un trabajo que sé que me llevará toda la vida.
De hecho, cuando nací mi mamá llegó justo a tiempo para tenerme en el sanatorio. Incluso mi cuerpo se ha desarrollado para contrarrestar mi inercia: mis piernas, aunque cortas, están acostumbradas a llevar un paso cerrado y ligero. Siempre me lo dicen cuando dejo a mis acompañantes dos o tres metros a mis espaldas.

Aún así no puedo dejar de sentirme frustrada cuando me dicen que llegué quince minutos tarde cuando en realidad llegué sólo cinco minutos pasada la hora pactada. Ok, eso también corre para cuando me dicen que llegué “una hora tarde” y en realidad fueron cuarenta minutos, pero ése es otro cantar.

¿Qué les pasa, gente apurada del futuro? ¿No pueden soportar que algunos de nosotros, por más rápido que caminemos siempre quedamos diez minutos atrás suyo? ¿No se dieron por enterados que, aunque tengan cinco minutos adelantado el reloj en realidad, lo único que están haciendo es adelantar los éxitos (que se irán temprano si temprano vinieron) y adelantar también las tristezas, que como todo el mundo sabe, se quedan el tiempo que quieran?

Por favor, tómense cinco minutos para reflexionar o mejor, que sean diez.

Ghost, la sombra del amor...



Dos mujeres sostienen que un fantasma les hizo el amor

Si no hay límites para una mujer despechada, menos hay para dos. Lo extraño es que en este caso, el causante del desamor es un fantasma, o entidad paranormal, que ha estado “teniendo relaciones sexuales” con dos mujeres al mismo tiempo.

Una de las mujeres empezó a sentir esta presencia hace dos años cuando vivía en Kent, Inglaterra. El fantasma amoroso podría haberla seguido cual amante encaprichado cuando ella se mudó a Federal Way. Entonces, el fantasma conoció a un nuevo amor: la compañera de casa de la primera “novia”.

Las víctimas todavía viven juntas y se presentaron ante la policía local para sentar la denuncia contra una “persona paranormal que había estado poniendo sensores en sus cuerpos, y que las había estado visitando en su casa” ubicada al sur en Federal Way.



Argentina es oficialmente el país inventor del no-me-acuerdo


Nota: Escribí los primeros párrafos para www.minutouno.com,

pero a partir del cuarto empecé a agregar todo lo que sentí que

no tiene cabida en el diario por no ser de carácter informativo.






Los argentinos nos reconocemos como gente con poca memoria, ya sea colectiva o individual. Pero científicos de la Universidad de Buenos Aires llegaron a un extremo al descubrir que, mediante la supresión de una proteína del cerebro, se pueden "borrar" los recuerdos, es decir, que se podría alterar la memoria. Por ahora, la experiencia sólo se ha realizado en animales, más precisamente en ratas.


"Hallamos que la proteína NF-kB, participa tanto en el proceso de consolidación como en el de reconsolidación de la memoria", explica el doctor Arturo Romano, del Laboratorio de Neurobiología de la Memoria de la UBA al diario La Nación. El término reconsolidación se acuñó en 2000, cuando, polémica mediante, se concluyó que los recuerdos no eran ítems estables en el cerebro, sino que pueden "remodelarse" cada vez que se evoca un episodio de vida.


Mediante la supresión de la proteína NF-kB, se podría eliminar una fobia o un trauma que estuviera influyendo en la personalidad y por lo tanto en la vida de una persona. "Si se inyecta en el cerebro un inhibidor de este mecanismo, luego de que el recuerdo fue evocado, entonces se afecta la retención", explica Romano.

Cabe preguntarse hasta qué punto es recomendable manipular la capacidad de una persona para recordar. Si se pueden manipular los recuerdos que resultan nocivos para una persona, ¿qué impide, o qué controla, que no se borren también los positivos, o incluso aquellos que generaron el carácter que tiene el individuo? Y lo que es más importante, ¿quién tendrá el acceso a este tratamiento "terapeutico" y cómo se decidirá cuando es necesario?

A nivel social se podría decir que este bendito país ya cultiva el estilo "reconsolidativo". Nos olvidamos de las cortadas de manga y los malos tragos que nos hacen pasar las personas que luego votamos para nuestro gobierno. Nos olvidamos de los amigos si nos va bien, y de pagar los impuestos y las deudas a menos de que "no aprieten". Nos olvidamos incluso de los que tienen menos hasta que, claro, están "por todos lados protestando" y resultan incómodos para el tránsito habitualde la ciudad.

La vida de una persona está llena de momentos felices y recuerdos entrañables y también de desgracias y momentos duros. Todas las vivencias de una persona hacen que sea única e irrepetible. Se aprende y se crece con lo que podemos recordar. A veces, los recuerdos son lo único que tenemos, por más desagradables que puedan ser. Suprimirlos sería liberador, sí, pero pagando el precio de perder una experiencia que podría servir para hacernos más fuertes.

Ok, acá es cuando saltan los que dicen "¿Y si tu padre te encerrara en un sótano y te violara durante 24 años y te hiciera tener siete hijos con él?" Casos extremos hay siempre. Pero la extrema solución de "suprimir o borrar" un ítem de la memoria de alguien como si fuera un ".pdf" que ya no interesa guardar en el disco rígido es como si estuviéramos queriendo ser computadoras reprogramables, o reconsolidables. Quizás como mi infancia transcurrió sobre la superficie terrestre y al aire libre no lo entienda, pero me gusta ser un CD no Regrabable.

Viaje por el torrente de la vida

“Cataratas, nada me puede dañar en lo absoluto // mis preocupaciones se ven tan pequeñas // con mi catarata”, canta Jimi Hendrix en la primera estrofa de May this be love (algo así como “Sea esto amor”). Los acordes graves y la voz profunda que salía de la garganta del mítico Hendrix resonaban en mi cabeza mientras caminaba por la pasarela sobre uno de los saltos de las Cataratas del Iguazú, en Misiones, en octubre de 2005.

Siempre fui amante de hacer las valijas y salir a conocer. Incluso mantengo ese espíritu curioso cuando decido salir por las calles a patear asfalto y conocer mi ciudad. Sin embargo, a 1.367 kilómetros de la siempre convulsionada, ajetreada y neurótica Buenos Aires hay otro lugar; uno donde la vida, digamos, fluye en caudales imparables. Yo quería conocer hace tiempo ese lugar y nunca llegaba por las típicas excusas que uno se pone para no tomarle la mano al camino.

Tengo que reconocer que conozco pocos lugares del interior del país. Por eso, y porque su belleza es conocida mundialmente, quería conocer las cataratas del río Iguazú, que durante todo el año recibe a visitantes de todas partes del mundo. Cuando por fin se dio la oportunidad, la aproveché y en sólo tres días condensé el deseo de años. Fui acompañada de mi hermana, Rosario. Ella es apenas quince meses más grande que yo, pero estamos a años luz una de la otra. Es algo así como “la otra hermana”.

Ya sea porque era propio de la estación o por circunstancias coyunturales del clima, nos dijeron que no tenía sentido visitar el Circuito Superior de la catarata, porque de todas maneras no había pasarelas: estaban bajo el agua. El salto de 80 kilómetros de alto conocido como la Garganta del Diablo se había tragado, una vez más, las estructuras de acero que los hombres habían construido con la ilusión de poder sentir que caminan sobre el agua.

Las aguas del Paraná y del Iguazú nos hermanan y nos dividen con Brasil. Las cataratas son las eternas unificadoras de los torrentes vitales de ambos territorios. Y es que se formaron en ese mismo lugar unos 200 mil años antes que Argentina y Brasil fueran “Argentina” y “Brasil“. La superficie del agua es plateada y espumosa, ruge y uno la siente vibrar bajo las pasarelas.

La forma de las cataratas es como un semicírculo que tiene en su interior el bramido del agua y la espuma, como si fueran las fauces de un animal hijo de los ríos Paraná e Iguazú. Rosario y yo terminamos transitando el circuito inferior, que comprende a los saltos Álvar Núñez y Lanusse entre otros. Ella se equipó con una cámara de fotos digital, y con una de rollo con película blanco y negro, y con un pilotín que de nada me sirvió (mi campera de jean se destiñó y arruinó mi remera favorita de todas maneras).

Tomamos una excursión en bote que llevaba a un contingente reducido a la base del salto San Martín, donde el agua se respira, y los oídos se aturden con el ruido blanco de la naturaleza que grita a todo pulmón. Me senté en esa cascarita de nuez y, mientras Rosario gritaba y se aferraba innecesariamente al borde del asiento de adelante suyo, yo alcé mis brazos… quizás parezca raro, pero quería tocar el ruido blanco.

Algunos amigos que visitaron mi fotolog a medida que fui publicando las fotos que saqué con mi cámara me dijeron cosas como “flasheaste, tuviste una experiencia mística”, o, con un poquito de esa sorna que a los viejos amigos se les permite, me preguntaron: “¿Tuviste una experiencia religiosa?” Puede que sí. Puede que la naturaleza sea la manera correcta o el camino más directo para acercarse a la esencia de lo que es. Pero eso ya es palabrerío impío.

Las máquinas de hacer nada, Rodríguez Bermejo

No me acuerdo del día exacto, sólo sé que estaba en la línea D yendo para Congreso de Tucumán y que en una de las estaciones recibí lo que parecía ser un folleto, pero que en realidad era mucho más. Eran palabras, un texto. Ficción. Fricción mental nacida de una cabeza lúcida, o no.

En mi abotagamiento neuronal me fue imposible percibir lo mágico de ese encuentro literario. Ya fuera por mi cabeza soñolienta o por esa mala costumbre de desestimar sin análisis previo cualquier cosa que se ofrezca en el subte, no leí, o no recuerdo haber leído, de qué se trataba el texto.

Sí sé el nombre de la obra y del autor, porque me los mandé en un mensajito sms a mi propio celular. Las máquinas de hacer nada, de Rodríguez Bermejo. Agradeceré a cualquier ser, humano o no, que me pueda aportar algo que aclare mi memoria y aplaque mi remordimiento literario por desoír a un colega que vendía su prosa en el subte.

El hombre, ¿mi colega?, debía tener unos setenta u ochenta años. Tenía pelo blanco y ralo, si no me equivoco peinado para atrás. Me acuerdo de sus ojos enrojecidos, ya sea por el sueño atribulado de ser quien no fue, o por la ginebra que no había terminado de dejar su mirada. De cualquier manera, era un hombre viejo, si se lo quiere medir en términos mundanos.

Quizás ese hombre nunca alcanzó la fama y la fortuna. Quizás ese texto ni siquiera es suyo, pero me llamó la atención porque al tiempo que ofrecía su trabajo, caía del mundo de la fantasía al mundo real y ofrecía magiclicks, los encendedores para cocina que “duran 100 años”. Fue como un click mágico. Que de un momento a otro la realidad se hiciera presente y el resto no hiciera nada.

Porque, aunque no leí el texto, la idea no deja de picar en mi cabeza, que dejó decantar once meses las impresiones de este encuentro. Quizás “las máquinas de hacer nada” no son otros más que nosotros, que día a día nos subimos, nos bajamos y apeñuscamos en un subte o colectivo, o que hacemos fila tanto en el banco o como en el McDonald’s.

Quizás no es otro que el hombre de hoy, el urbano que no sabe leer las estrellas, porque hace mucho que no las ve; el hombre de campo que no ve el horizonte a través de todo el humo; la mujer, el niño, el anciano, el maestro, los estudiantes… todos aquellos que representan el futuro, y todos los que representan el pasado.

Estamos todos unidos, como una cadena, como un engranaje aceitado, o no tanto. Como si fuéramos una máquina, pero en vez de ser productivos y elevarnos en conjunto preferimos hacer nada. Y la máquina está afilada, puede tener desbarajustes, o le puede faltarle el combustible, pero funciona. Y hace nada.

Tiempo de héroes atribulados


La cantante inglesa Amy Winehouse fue elegida por los jóvenes de su país como la última heroína de nuestro tiempo. La artista, que se encuentra en estos momentos en pleno tratamiento de rehabilitación por su adicción a la cocaína y a otras drogas, saltó a la fama mundial con su éxito "Rehab", donde comienza cantando "Quisieron hacerme ir a rehabilitación pero no, no, no…"

Otras mujeres que lograron entrar en la honorífica lista fueron la madre Teresa de Calcuta, la princesa Lady Di, la ex ápice girl Victoria Beckham, la cantante australiana, Kylie Minogue, quién venció al cáncer de mama el año pasado y la enfermera y feminista Florence Nightingale. Todas ellas han quedado por debajo de Winehouse en la lista.

Al parecer, los participantes de la encuesta del sitio web.sky.com, que son jóvenes menores de 25 años, eligieron a mujeres que han sufrido y luchado a través de las adversidades. Según explicó Donna Dawson, psicóloga consultada por la prensa internacional, "la mayoría de las 10 mujeres elegidas, parecen representar una cierta sensación de vulnerabilidad o han tenido que luchar contra la adversidad durante sus vidas".

También hay una lista de hombres declarados héroes de nuestro tiempo. "En comparación", prosige Dawson, "los héroes masculinos son, por lo general, mucho más fuertes, y son conocidos por su talento, no sólo por su personalidad o el impacto que han tenido en el mundo ".

Algunos de los mencionados fueron el rapero siempre polémico Kayne West, Alex Turner, miembro de la banda Artic Monkeys y la estrella del fútbol británico, Steven Gerrard. Pero el número uno, como pasó con la lista femenina, le pertenece a una figura controvertida: se trata del músico Pete Doherty, quien actualmente está encarcelado por delitos relacionados con drogas.

Al parecer, la juventud aprecia a las figuras atribuladas y los héroes golpeados.

Otra charla de tocador...




manu. dice:
me siento vulnerable

Pequeña Buda >º_º<> mmm sí, eso es detestable

Pequeña Buda >º_º<> pero humano

Pequeña Buda >º_º<> Ay! de quien nunca se haya sentido así

Pequeña Buda >º_º<> pobrecito el infeliz que nunca haya tenido la sensación de que la cara le queme por dentro, o de que la voz se le ponga en una octava más arriba que lo normal

Pequeña Buda >º_º<> y es más, me siento peor por el que anda por la vida feliz y contento sin parar a pensar qué fue de "fulano" o “mengano“, porque quiere decir que ese miserable nunca tuvo conexión con nadie

Mario... ¿cuál es?

Dicen que Mario Pergollini está actuando como un pende-viejo. Jorge Lanata se refirió a él como alguien que "trabaja de canchero y joven y ya no es ninguna de las dos cosas". Duro. Intransigente. Y todo esto empezó porque Mario metió la pata. Y lo sabe. Pero no está listo para reconocerlo.

En vez, sigue metiendo la pata, la rodilla, el muslo... acabará por quedar metido hasta la coronila antes que reconocerlo: Marcelo ganó. Esta vez, un poco gracias a su labia y otro poco gracias a la falta de tacto de Mario, Marcelo quedó como un "Señor" que invitó "generosamente" a toda clase de personas a participar de su certámen/circo mediático.

Al principio, apenas Mario hizo su tristemente célebre comentario, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el racismo (Inadi), no había registrado queja alguna al respecto. Fue depsués de que empezaran a hacerse eco el resto de los medios y mediáticos que María José Lubertino, titular de la institución, tuvo que salir a la luz pública a poner orden.

Lubertino pasó, entre otros, por el programa de Jorge Rial, que generalmente tiene un tono desenfadado e informal, pero se puso serio para hablar de este tema. Y es que la "avivada" de Mario le dio algo para cotorrear a todas los "Jorges" de la televisión argentina, desde Jorge Lanata hasta Jorge Rial.

Vuelvo a la reflexión anterior: el comentario de Mario fue tan falto de agudeza y sutileza que dejó a Marcelo como un "señor", algo que algunos de nosotros pensamos que jamás sería capaz. "Es un tipo inteligente que entiende su target", me explican ahora algunas personas que meses antes no dudaban en etiqutar de "hueco" al eterno rival televisivo de Mario.

En definitiva, a Mario le salió el tiro por la culata. De la peor manera posible, lo que intentó ser una crítica voraz a su oponente por "aprovecharse de un ciego" para tener más rating, terminó siendo el detonante de una sarta de comentarios que se apilan y parecen coincidir en un punto: Mario, es hora de que crescas. Estaba bien ese humor ácido e insolente cuando eras un pibe de 20, quedabas astuto a los 30 y era emblemático a los 40, pero estás "grande" y ese estilo está empezando a quedarte "chico".

Flor de Antonio

Mi abuela está cumpliendo hoy, 19 de abril 90 años de vida. Para bien o para mal, es un número que no mucha gente llega a festejar, por lo que amerita cosas como una comida familiar (aunque la familia se resuma en "los que no están peleados", los que sí pero hacen de cuenta que se "bancan" y los que vienen de Tucumán especialmente para la fecha y caen como aerolitos).

En vista de que es una fecha importante, encargué un arreglo floral para mi querida abuela, con una tarjeta de parte mía y de la nieta que no le habla, pero que tampoco está peleada (sí, los locos Adams parecen normales al lado de mi familia, ¿y qué?). Elegí ir a la florería Flores del Pilar, que está a escasas tres cuadras de mi casa.

Cuando llegué, el dueño estaba escondido detrás de altos floreros de vidrio cargados de gerberas, margaritas y azucenas, y comía un plato de arroz guisado fuera de la vista del público. Se paró para atenderme. Después de un breve debate, llegamos a la conclusión de que mi abuela estaría feliz con un florero no muy alto (algo manejable para una señora de su larga edad y corta estatura), y lleno de flores simples y coloridas.

Recién cuando fui a pagar y a dar la dirección para el envío me di cuenta de que no sabía bien la dirección de mi abuela, sino que había estado llendo de memoria todos estos años. "Suipacha algo..." intenté ensayar frente al florista. En realidad, como recordé minutos más tarde, mi abuela vive sobre la calle Esmeralda.

Pero el florista no se inmutó. Me pidió minombre y teléfono, y me entregó una tarjeta de su tienda para que pudiera darle la dirección correcta por teléfono. "¿Cuál es su nombre?", pregunté para saber con quien pedir cuando llamara. "Osvaldo", contestó y sonriendo agregó "Osvaldo Antonio. Por eso sonreí cuando dijiste tu nombre".

La verdad, su sonrisa había sido de lo más sutil, porque yo no la había notado, pero quizás sea que por estos días el humo nos tiene a todos viendo sólo lo que queremos ver.

Pero Osvaldo Antonio, no había terminado con nuestra charla: "¿De qué nacionalidad era San Antonio de Padua?", me preguntó a modo de pregunta de examen oral cuando yo le conté que mi nombre se correspondía con mi fecha de nacimiento. "Protugués", contesté, y completé mi respuesta como queriendo sacarme un diez: "Era un monje agustino al principio, pero era de origen portugués".

Parece que años de catesismo sirvieron de algo, porque mi tocayo se mostró complacido con mi respuesta. "Sabés que yo no sabía", me contó "me enteré hace unos años, cuando viajé a Portugal y fui a visitar un castillo que queda a las afueras de Lisboa. Resulta que, mientras subía por la ruta, me fui metiendo en todas las iglesias que encontré sobre el camino y una de ellas estaba abarrotada de imágenes de San Antonio. Entonces, pregunté por qué había tantas y me explicaron que era de origen portugués".

Así, entre gerberas y helechos, mi tocayo me relataba la historia de su familia devota de San Antonio de Padua: "Todos los primos llevamos el Antonio en el nombre, y como todos tenemos florerías nos identificamos como Antonio el del Pilar, Antonio el de la otra florería... pero yo no quise ser otro Antonio, me daba vergüenza", remata, "así que soy Osvaldo".

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Casi censuran a los Simpsons por el amigo gorila de Homero

El Comfer negó que fuera a prohibirse el capítulo de Los Simpsons en el que se hizo un chiste sobre Perón. En el episodio, Lenny, un amigo de copas de Homero, se mostró de acuerdo con tener una "dictadura como la de Juan Perón", alegando que "cuando él te desaparecía, tú permanecías desaparecido".

Por culpa de la falta de diplomacia de Lenny, la emisión del capítulo estuvo en duda, por lo menos en este país, donde hubo quejas a partir del pedido al Comfer del ex legislador y presidente del Insituto Juan Domingo Perón, Lorenzo Pepe, para que no pasaran el capítulo, que forma parte de la nueva temporada de la serie animada.

Aunque la nueva temporada todavía no llegó a la Argentina, el extracto del capítulo en discusión estuvo disponible en Internet hasta que la página Youtube decidió bajarlo para evitar quedar en medio de una polémica. Mientras tanto, gracias a la difusión que tuvo el extracto del show en youtube, 12 mil personas lo vieron antes de que comenzara la temporada número 19 en mayo en la Argentina.

Gabriel Mariotto, titular del Comfer, negó que fuera a censurar a los Simpsons por pedido de Pepe. "Es una irracionalidad pensar en estos tiempos de madurez argentina una represión o censura, aunque no pensemos lo mismo que los expresado en esa serie", declaró Mariotto, y dio a entender que el pedido del ex legislador fue contraproducente ya que "sólo logró que se vea como nunca ese capítulo".

¡Viva Cuba, Viva Raul!

Como en una suerte de ensueño, la isla de Cuba vive una etapa de apertura y cambio que no tiene desde hace décadas. Primero fue el acceso a los electrodomésticos, después a los celulares, seguidos del permiso de hospedarse en hoteles de lujo y la última novedad había sido la posibilidad de poseer y heredar las viviendas obtenidas por vinculación laboral.

Ahora le llega el turno a una de las reformas más esperadas y anheladas por los cubanos: el parlamento está estudiando un proyecto para permitir la entrada y salida de los ciudadanos de la isla.

El proyecto de reforma migratoria prevé la eliminación de la "tarjeta blanca", es decir, del permiso de salida que necesitan los cubanos. Sin esta tarjeta es imposible salir de la isla, lo que explicaría la existencia de los balseros.

Aunque no hubo ningún aviso oficial al respecto, el autor de la propuesta, Pedro Riera Escalante, quien fuera cónsul de la isla en México, explicó a la agencia alemana DPA que la reforma buscar terminar con las "desigualdades entre ciudadanos dentro y fuera de la isla", así como también que "los cubanos en general puedan invertir en el país, incluso si viven fuera".

El proyecto de reforma incluye no sólo la eliminación de la tarjeta blanca sino que también propone eliminar las medidas de confiscación de bienes de quienes abandonan la isla. Otro punto interesante es que, en un futuro, los cubanos que viven en el exterior podrían votar desde sus nuevas residencias.

Tal como difundiera el sitio Diario C, Riera Escalante tuvo que solicitar que el proyecto se debatiera públicamente y que llegara al pueblo para recaudar las 10 mil firmas que se necesitan para que sea tenido en cuenta.

Si Fidel expresó su malestar hacia las medidas implementadas por su hermano Raúl desde que asumió como presidente de la isla, cabe preguntarse qué opinará ahora que está este proyecto sobre la mesa.

Radio Taxi Cupido, gracias por viajar con nosotros

Era una madrugada oscura, helada y silenciosa. Las calles estaban prácticamente vacías a excepción de algunos taxis. Parecía como si fueran las tres, pero eran las seis menos cuarto. En estos días no hay mucha diferencia de luz entre una hora y la otra. Si no fuera porque sé con qué ligereza transcurren las horas de la madrugada, hubiera dicho que recién me había acostado cuando me desperté.

Salí a la calle dispuesta a encontrar un kiosko o panadería y la parada del colectivo, en ese orden. Pero nada de eso pasó. En vez, llegué a la avenida Santa Fe con el frío mordiendo mis muslos y el sueño pesándome en los párpados. Decidí tomar un taxi que estaba estacionado en la luz roja de Santa Fe y Rodríguez Peña. A medio trayecto, en medio de una conversasión soñolienta y miscelánea, el conductor me pregunta si estoy casada.

-¡Noooo! -contesto -estoy muy lejos de eso
-Pero te gustan los hombres... -añade él con un acento agudo y meloso en la palabra "hombres".
-Sí, pero...
-¿No has encontrado aún a tu príncipe? -me pregunta desplegando una tonalidad histriónica con toda su capacidad torácica.
-No, en vez he tenido que besar a cada sapo- le contesté, con mi usual humor de recién levantada.
-¡Ah! Pero has de besar a muchos sapos hasta encontrar a tu príncipe. El príncipe será aquél muchacho que te de vuelta la croqueta. Quizás hayas besado a sapos sin darte cuenta pero recuerda: un príncipe no debe ser ni seco ni menos falopero, porque esos no llegan a nada. (En este últimopunto acentuó la frase y la pronunció con voz grave y gutural).

Me bajé del taxi y llegué antes que nadie. El punto es: ¿mi chofer habrá sido el mismísimo Cupido, que compartió un poco de su sabiduría conmigo? Si solamente no hubiera estado tan dormida lo sabría...

Sociabilizando en un ascensor

La otra tarde llegué tarde, como de costumbre, a mi clase de canto -mi intento semanal por ser algo más que un ser tosco y sin gracia. Tenía que tomar el ascensor porque subir 14 pisos por escalera no era una opción.

Detrás mío entraron un hombre con su hijo a cuestas. Escuché al encargado del edificio dirigirse afable al niño diciéndole:

-Hola, Santi. ¿Cómo le va?

Ante la falta de respuesta, el hombre no pudo sino escusar al crío diciendo:
-Cansado del cole, ¿no?

Nuevamente, el niño se mantenía mudo y con la cara enterrada en el cuello de su progenitor. Murmuró algo al oído de su padre y cuando entramos al ascensor me miró por unos instantes.

Contrario a mi naturaleza indiferente a los niños, le dije "hola" y traté de sonar lo más amistosa posible. El pequeño debía haber perdido la capacidad de sociabilizar ese día, porque no dio respuesta alguna. Su padre, haciendo un esfuerzo porque su hijo no pareciera un ser antisocial, o simplemente un mocoso maleducado, le dijo:

-Decíle hola, Santi

Nada. Al llegar al sexto piso, padre e hijo se bajaron todavía fundidos en un abrazo. Entonces, el mocoso me dirigió una sola palabra:
-Adiós.

Luego le dijo risueño a su papá:
-¿Viste? Le dije adiós.

***

Moraleja: El hombre es un ser social, pero la incomunicación en los ascensores es preexistente a cualquier otra convención social.

Las vaquitas también son subterráneas

El subte aliena a la gente. La transforma en vacas, en bodoques incapaces de razonar. Es un efecto casi como el de los shoppings, sólo que en vez de comprar compulsivamente, la gente se te limita a zigzaguear por los pasillos esperando a que llegue la mole amarilla y pestilente que, pitando y resoplando, avanza como una elefanta en avanzado estado de gestación.

Hay que reconocer que el subte es rápido y eficiente, siempre y cuando esté funcionando y no se pare entre estaciones en el medio de los túneles. Los vagones están mal ventilados y la gente viaja como ganado, para seguir con la primera analogía. Además está el detalle de las monedas, el subtepass y otras formas de pago. Cada vez que pido dos viajes ruego porque me toque el pase con el 2x1 del combo italiano de Burger King.

La realidad entra y sale en cada estación cuando los vendedores ofrecen desde la guía T hasta orquillas. Más coyuntural es la presencia de excombatientes de Malvinas pidiendo limosna, a veces monetaria, y otras de la que cuesta dar, como el respeto. Lo más curioso es observar las tácticas de la gente en el subte.

Algunos pasajeros la tienen clara. Cuando se suben se mantienen cerca de la puerta para no tener que internarse y desinternarse dentro de la manada. Al abrirse las puertas en las estaciones se bajan del vehículo y vuelven a subirse ágilmente antes de que suene la señal sonora.

Están aquellos que se sientan y ponen una expresión estoica en sus caras mientras soportan el vaho y las axilas del resto en sus narices. Están los dolientes, que lamentan en el alma no poder ayudar a quienes piden una colaboración a cambio de una tarjetita. También abundan los justicieros, gracias a Dios, Ganesha y Zeus. Éstos bienintencionados viajantes se exaltan y saltan en defensa, por ejemplo, de las embarazadas que no tienen donde sentarse (y coaccionan a otro pasajero para que les ceda el lugar).

Pero no es cuestión de olvidar a los pasajeros moralistas: son aquellos que miran con desaprobación lo que ocurre en el vagón (como robos o mujeres embarazadas de 10 meses sin lugar donde sentarse), pero que, para no herir sensibilidades, se mantienen al margen de las situaciones. Todo es posible en un espacio reducido y repleto de argentinos en acción.

Finalmente, el tren subterráneo cubre su trayecto dentro del tiempo estimado, y la manada de pasajeros avanza en estampida a través de las estrechas puertas y escaleras arriba, donde la realidad las espera, con otros olores y apurones nuevos.

¿A qué le tenés miedo?

A la oscuridad
A la muerte
A morirte
A sufrir
A perder
A pasar desapercibido
A no saber qué decir ni qué hacer
A confrontar los problemas
A pasar tu vida en soledad
A no tener adonde ir
A no saber adonde ir
A decir adiós
A perder la guía, el mapa y la brújula de la vida
A tener éxito
A ser el último en la fila o el último en enterarse
A ser ignorado, marginado, o excluido
A ser puesto en evidencia en el momento de mayor debilidad
A caer en la trampa tus enemigos
A tener enemigos
A salirte con la tuya
A llegar a la cima y que la vista te decepcione
A estancarte
A nunca ser capaz de arraigarte
A saber nada en lo absoluto de la vida, la muerte, la humanidad, este mundo o uno mismo.

M. C.


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El tema de hoy es el miedo (me corrijo: el tema de hoy parece ser la aventura). Porque de eso se trata estar vivo, según algunos. Es el miedo lo que dispara la adrenalina, esa sustancia que se encuentra naturalmente en nuestro organismo y que hace, entre otras cosas, que se nos acelere el corazón hinchándonos las venas y arterias de sangre. Y es esa aceleración del ritmo sanguíneo lo que nos sacude y nos despierta de nuestro ordinario día a día.

Creo que hay buenas y malas maneras de tener miedo. Las buenas son, por ejemplo, hacer algo que te de miedo sólo para vencer, o conquistar, ese miedo. Algunas de las cosas que más me gustan las empecé a hacer por ésta razón. También están los aficionados, o hasta adictos, a la adrenalina: sea bungee jumping, rafting, alpinismo, o cualquier otro deporte extremo, el placer está en mirar al miedo en los ojos.

Sin embargo, hay una aventura que todos los humanos tenemos en común, y que en algunos casos da más vértigo que hacer bungee jumping desde el Everest: se llama estar vivo. Hay que ser suicida para emprender ésta campaña, dado que nadie sale vivo de ella. Crecer y ser, convertirse en alguien, no sólo para uno mismo, sino también frente a los ojos de la sociedad (ese inescrutable colectivo que defiende tanto como condena) es un enredo .

En realidad, es un quilombo, ¿para qué buscar una manera pomposa o fruncida de decirlo? Desde que somos chicos intentan meternos en la cabeza conceptos sobre interacción interpersonal, creencias religiosas, cuestiones metafísicas, monetarias y datos sobre lo que ha sucedido con la humanidad antes de que llegáramos a éste mundo.

Todo esto lleva a la persona a absorber tantos datos como pueda hasta que un día se callan las voces y todo queda en silencio. Ahí viene el vértigo: es hora de que uno sea quien hable y comience a predicar su propia teoría de la vida. Eso no da miedo sino terror, porque es cuando empiezan las discusiones, los puntos de vista, la lucha por prevalecer, por ser.

En algunos casos, la aventura trasciende el aspecto abstracto y se concentra más que nada en dejar una huella, una señal , un YO ESTUVE ACÁ, como las manos en las rocas de Altamira o los graffitis de los monumentos de las plazas. El ser humano no le teme a las montañas porque si quisiera, y se animara, las podría escalar. Tampoco le teme al vasto océano porque puede navegarlo o sobrevolarlo con sólo desearlo. Éstos son miedos que puede conquistar.

Pero el temor a desaparecer, a no ser recordado, a que a nadie le importe que haya muerto, o incluso vivido es, en mi humilde opinión, el mayor miedo que experimenta el hombre. Haber llegado a un punto en la vida donde se sabe algo, se tiene algo o se controla algo no es nada si nadie lo recordará luego, si no se puede transmitir.

Hace tiempo alguien me dijo que uno muere tres veces: la primera es la muerte natural, la que separa en cuerpo del alma. La segunda, es la que se produce cuando la gente que te conocía muere también y ya nadie recuerda tu nombre. La tercera es la que ocurre cuando se pierden las fotos, cartas, ropas, documentos o cualquier objeto que hubiera dado por lo menos una pista de quién eras.

Quizás es por eso que los alpinistas dejan banderitas en las cimas que alcanzan. O la razón por la que los artistas firman sus obras de arte. Tal vez por eso las madres educan a sus hijos con esmero para que las tradiciones y buenas maneras se prolonguen. Y así, todos vivimos con la adrenalina diaria, ya sea por dar un examen oral, por decir “te quiero“, “lo compro” o por inventar la vacuna que protegerá a la humanidad del VIH.


Mafalda Chan

¡Boo! (El amor cuando no muere mata... de aburrimiento)

Las relaciones sentimentales tienen a veces finales abruptos, dolorosos o de dimensiones similares a las del huracán Katrina y el Tsumani juntos. Todo sea por el llamado crecimiento personal, que es un eufemismo para tragarse el orgullo o podar el ego. Algunas veces, en cambio, las relaciones te desvanecen frente a nuestras narices y se convierten en fantasmas que saltan desde nuestra casilla de correo alguna madrugada que nos encuentren desprevenidos.

Esta sería la situación actual. Mientras suena en mis parlantes la voz gastada de Charly diciendo, como dijera alguna vez Tom Petty, “me siento mucho más fuerte sin tu amor”, yo borré en el acto mi mail fantasma. La verdad es que nunca dejé de pensar en ese fantasma, pero la sensación fue como ver una película de terror: sé que hay un asesino serial que está a punto de decapitar a toda una familia, sé que va a salir de la nada con una hacha y que la sangre va a correr a borbotones, pero aún así me sobresaltamos cuando pasa.

El Modus Operandi del fantasma de una relación pasada es simple: justo cuando uno cree que ha limpiado el aire y que es seguro respirarlo nuevamente, el fantasma se agazapa y salta encima de uno con un gran ¡BOO! para hacernos sentir tontos por haber dejado pasar la oportunidad, o por habernos rendido, o por haberlo cambiado por alguien más. Sea cual fuera la razón, parecía ser la correcta en el momento, pero mirándolo a lo lejos uno se pone a dudar:

¿Será cierto que es mejor estar solo que mal acompañado? ¿Es preferible sufrir de amor que sufrir por la falta de amor? ¿Por qué sentimos la necesidad de estar con alguien aún sabiendo que ese alguien no es bueno para nosotros? ¿Por qué, en el nombre de Carrie Bradshaw, no podemos dejar ir a nuestros fantasmas? Y, algo no menos importante: ¿es necesario preguntarse estas cosas a las tres y media de la mañana de un viernes, cuando hace un calor estancado que ningún chaparrón de verano logra disipar?

Parece mentira lo frágil que resultan a veces nuestras más férreas y terminantes convicciones. Pero con todo y las cavilaciones fantasmales, uno sigue adelante, y se propone un exorcismo mental, y de casilla de mail, para contrarrestar los efectos de lo que en realidad, no pasa de ser una peli de terror clase B.