Tos ácida

Contame de nuevo qué se siente sumirse en un sueño pesado de alcohol y tos ácida. Explicame todo: la saliva espesa, la falta de aire, las arcadas, la cama que se mece como una hamaca, como si uno sufriera un mareo de tierra.

Quiero detalles sobre el pulso de la sangre, sobre la temperatura del cuello y sobre los escalofríos en la espalda. ¿Se calman con una manta? ¿Para el temblor si no estás a la intemperie, si están cerradas las ventanas?

Todo me sirve para entender, para tener una visión de cómo es perderse en el fondo de un vaso para levantarse con un destornillador clavado en el costado de la cabeza y un tenedor haciendo juego del otro lado del cráneo.

Y la sed.

El gusto metálico en la lengua, el paladar blando irritado, la saliva amarga... El trago de agua que no pasa por el túnel milimétrico del esófago. O sí, pero no sin trabajo. Da arcadas, como si el cuerpo no quisiera absorber lo que horas antes quiso expulsar.

Quizás cuando vayas por la mitad de la jarra de agua empiece a correr mejor el líquido en tu boca, pero para ese entonces vas a tener problemas más graves, como el dolor en la zona baja del abdomen y el sudor frío en la espalda.

¿Valió la pena? Tomar tanto suero de la verdad, gran inhibidor de las trabas más raras e íntimas que supiste construir. El aliado que te dio calor y te ayudó a envalentonarte durante la noche, y que te traicionó apenas salió el sol.

Primero te hizo vomitar verdades y después dejó tu cuerpo cual demonio bien servido que salió de tu boca en forma de bilis. Decime qué se siente.
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