Sociabilizando en un ascensor

La otra tarde llegué tarde, como de costumbre, a mi clase de canto -mi intento semanal por ser algo más que un ser tosco y sin gracia. Tenía que tomar el ascensor porque subir 14 pisos por escalera no era una opción.

Detrás mío entraron un hombre con su hijo a cuestas. Escuché al encargado del edificio dirigirse afable al niño diciéndole:

-Hola, Santi. ¿Cómo le va?

Ante la falta de respuesta, el hombre no pudo sino escusar al crío diciendo:
-Cansado del cole, ¿no?

Nuevamente, el niño se mantenía mudo y con la cara enterrada en el cuello de su progenitor. Murmuró algo al oído de su padre y cuando entramos al ascensor me miró por unos instantes.

Contrario a mi naturaleza indiferente a los niños, le dije "hola" y traté de sonar lo más amistosa posible. El pequeño debía haber perdido la capacidad de sociabilizar ese día, porque no dio respuesta alguna. Su padre, haciendo un esfuerzo porque su hijo no pareciera un ser antisocial, o simplemente un mocoso maleducado, le dijo:

-Decíle hola, Santi

Nada. Al llegar al sexto piso, padre e hijo se bajaron todavía fundidos en un abrazo. Entonces, el mocoso me dirigió una sola palabra:
-Adiós.

Luego le dijo risueño a su papá:
-¿Viste? Le dije adiós.

***

Moraleja: El hombre es un ser social, pero la incomunicación en los ascensores es preexistente a cualquier otra convención social.

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