Pasos en la escalera





Vivo en un quinto piso contrafrente. La vecina de enfrente es mi Doppelgänger, mi gemela: una morocha joven, profesional, que vive sola pero tiene pareja, que a diferencia de mí tiene una perra en vez de una gata, y que se casa en diciembre (otra diferencia).

Hoy fue la despedida de soltera de Natalia, mi vecina de piso. Su madre, cuyo nombre no conozco pero su voz es inconfundible por lo nasal, aguda y punzante, llegó al edificio alrededor de las 22:30, al mismo tiempo que C, que venía a comer conmigo.

Me encontré con la madre de Natalia en las escaleras, con la mascota de su hija a upa como un bebé. El ascensor se descompuso de nuevo. Momentos después escuchamos con C cuando salía la novia acompañada de sus cortesanas. Noche ideal para romper todo, pensé, con la brisa húmeda y cálida de tu lado.

La mujer no salió, claro. Pero pocos minutos después de la 1 de la madrugada cuando C ya se había ido y yo me disponía a cerrar todo, escucho la puerta que se abre, percibo que la luz del hall estaba prendida, escucho los tacones sobre el piso y la puerta de las escaleras que se abre y se cierra.

Me asomé, claro, como la vecina chismosa que soy. Esta vez no me dio el cuero para salir a hacer inspecciones de rellanos. ¿Qué iba a decirle? ¿Algo como: "Mire, estas no son horas para merodear por los espacios comunes de la casa"? De todos modos escuché cómo los pasos se perdían arriba.

La mujer, la señora, la madre de mi vecina. Subió las escaleras de nuevo. Y eso me llama la atención porque, entre otras cosas, no sabía que  era amiga de los vecinos de arriba, pero sí me cosnta que es amiga del portero, a quien escuché una vez llamarle "papi".

Bueno, de acuerdo. Esto puede ser pura especulación producto de la cerveza, pero... ¿La señora bajó las escaleras y salió a la calle? ¿O subió al último piso para encontrarse con el portero?

Estamos hablando de un encargado de edificio que mágicamente estuvo al tiro 2 am cuando se rompió la bomba de los tanques de agua, pero que no vive en la casa.

Tos ácida

Contame de nuevo qué se siente sumirse en un sueño pesado de alcohol y tos ácida. Explicame todo: la saliva espesa, la falta de aire, las arcadas, la cama que se mece como una hamaca, como si uno sufriera un mareo de tierra.

Quiero detalles sobre el pulso de la sangre, sobre la temperatura del cuello y sobre los escalofríos en la espalda. ¿Se calman con una manta? ¿Para el temblor si no estás a la intemperie, si están cerradas las ventanas?

Todo me sirve para entender, para tener una visión de cómo es perderse en el fondo de un vaso para levantarse con un destornillador clavado en el costado de la cabeza y un tenedor haciendo juego del otro lado del cráneo.

Y la sed.

El gusto metálico en la lengua, el paladar blando irritado, la saliva amarga... El trago de agua que no pasa por el túnel milimétrico del esófago. O sí, pero no sin trabajo. Da arcadas, como si el cuerpo no quisiera absorber lo que horas antes quiso expulsar.

Quizás cuando vayas por la mitad de la jarra de agua empiece a correr mejor el líquido en tu boca, pero para ese entonces vas a tener problemas más graves, como el dolor en la zona baja del abdomen y el sudor frío en la espalda.

¿Valió la pena? Tomar tanto suero de la verdad, gran inhibidor de las trabas más raras e íntimas que supiste construir. El aliado que te dio calor y te ayudó a envalentonarte durante la noche, y que te traicionó apenas salió el sol.

Primero te hizo vomitar verdades y después dejó tu cuerpo cual demonio bien servido que salió de tu boca en forma de bilis. Decime qué se siente.
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Las personas que entran...

Las personas que entran a tu vida no te van a andar pidiendo permiso para irrumpir en tu realidad. Eso sí: con un poco de tiempo y práctica se puede aprender a echar a patadas ninja a quienes no deberían robar un sólo día del calendario.

Las personas entran y salen de tu vida para enseñarte algo de vos, y para que les enseñes algo a ellas. También sirve al revés, pero esencialmente se trata de aprender de otros eso que nos puede cambiar la vida, o al menos la cabeza.

¿Qué onda tu buena onda?

Algunas relaciones no se cortan simplemente por dejar de ver a la otra persona por un tiempo prolongado. Quizás llevas dos años sin tomar un café (ese que se prometieron la última vez), pero eso no significa nada si te cruzás por la calle, publicás un estatus o foto en Facebook, mandás un mensaje privado en Twitter.

La onda sigue ahí. Era buena la última vez y no hay motivo alguno para que deje de serlo por el sólo hecho de que pasen los años. Tampoco se trata de pedirle una prenda de amor o una prueba de amistad a la otra persona: es sólo el delicioso vaivén de la acción positiva que fluye sin pedir nada a cambio.

Quizás no se trate de la relación interpersonal más valiosa que tengas, o del vínculo más profundo que hayas mantenido, pero sonreír es gratis, como dice el cartelito de McDonald's. Saludar, agradecer, tirar un poco de buena onda cuando (quién te dice) a la otra persona le puede venir bien en un día poco feliz.

No cuesta nada ser sentir empatía -ponerse en el lugar del otro- y hacerse el lindo y buena onda. No es de careta, es de ser humano. No es fingir una sonrisa cuando el impulso primario es mandar a la mierda a la otra persona en honor a los buenos malos tiempos, sino mantener fuerte ese hilo positivo que conecta a las personas que tuvieron un lugar positivo en la vida.

Lo de siempre: mantener vivo lo lindo, dejar morir lo feo.

Diez años después

Si 10 años después, te vuelvo a encontrar en algún lugar,
No te olvides que soy distinto de aquel, pero casi igual.

No sé cómo, pero hablando con F. me acordé de que empecé el año 2004 en un(a) bouzoukia de Atenas, con amigas y brindando con ouzo al grito de "¡Opaaa!". Una década después recibí 2014 tomando  mi campari de a sorbitos en un jardín de Llavallol, provincia de Buenos Aires.

"¿¿Me querés decir qué hice todo este tiempo para llegar de un punto a otro?!", estallé, y F. atinó una respuesta: parece que todo tuvo que ver con mis decisiones en estos diez años. "Al menos no soy obesa, me mantengo sola y tengo mi propia casa", me dije, como si necesitase una excusa para vivir la vida que me gusta, que cambió en todo este tiempo y que me refleja hoy de un modo que no me podría haber reflejado hace una década...

Pensándolo bien: no puedo esperar a ver dónde recibo el 2024.