La vida no es sueño


Quiero encontrar las palabras para decirte lo mucho que aprendí a quererte en tan poco tiempo. Para decirte que estoy con vos, que no estás sola, que mis reclamos de que “te quieras” no son sólo para colmarte la paciencia. Quiero que te quieras como te queremos nosotros. Bien, radiante, con ganas de reírte y de vivir.

Con que te quieras un poquito alcanza. En serio. No hace falta más. Sólo tenés que quererte una ínfima parte de lo que te queremos nosotros y va a ser un montón – por lo menos para empezar. Más adelante te vas a dar cuenta, vos solita qué lindo es quererse a uno mismo y ser tu propio mejor amigo.

Quizás no hayamos pasado por las mismas cosas que vos en el pasado, pero si nos dejás, podemos pasar juntos las cosas que traiga el futuro. Hay futuro, en serio. Y no tiene por qué ser hoy ni mañana, pero con que tengas las ganas de verlo basta. Averigüemos juntos qué nos depara la mañana, ¿dale?

No, no es por ahí. Sí, ya sé que parece lo más fácil. Se duerme tan bien, es tan silencioso todo… pero es eso. El silencio, la inercia, el no poder despertarse del sueño. Es un sueño pesado, que te envuelve y te enmudece, hasta dejarte convertida en una estatua de sal, tan fácil de resquebrajar.


Despertar no está mal. Te hace ver la realidad, y también te permite cambiarla. Porque dormir es eso, la inercia, el no poder abrir los ojos, que siempre es lo mejor que podemos hacer. Aunque la luz nos encandile, o la oscuridad no nos deje ver.

Conciencia Social

No son pocas las veces en las que caminamos apurados, distraídos y esquivando gente por la calle. Es común que cuando estamos pensando en otra cosa no miramos donde pisamos, y entonces nos exponemos a una de las mayores desgracias que pueden pasar caminando distraído: pisar caca de perro.

Y uso la palabra "caca" para no usar el vocablo ese que ya se están imaginando. Como cuando uno pisa CACA de perro, exclama "conch'tuma', perrode... caca", o algo parecido. Y trata en vano de deshacerse de los residuos caninos y del olor que impregna el calzado.

Mientras tiramos a la basura los zapatos arruinados, es normal que surja la siguiente reflexión: no hay que culpar al perro sino al animal que lo saca a pasear. "Conciencia social", me dice V. Ella sabe del tema porque tiene perro y los que tienen perro deben levantar "lo que dejan" sus mascotitas.

Pero además, el comentario viene a colación porque, caminando por la siempre bulliciosa Avenida Corrientes, vemos un espectáculo inesperado: la dueña hacía las veces de pelela mientras interceptaba el sorete de su perro caniche antes de que tocara la baldosa.

"Eso es conciencia social", me dice V. Pero yo creo que eso es desagradable. La conciencia social bien se puede tener después de que haya sido depositado el--- en fin. No hace falta "atraparlo al vuelo".

"Por lo menos tenía puestos guantes", argumenta V. Sí, también usó una serilleta o cosa parecida para envolver el "paquetito" y tirarlo, ¿pero eso qué tiene que ver? De todas maneras, aplaudo la onciencia social de esa señora, a quien no se le cayeron los anillos a la hora de sostener la... conciencia social... de su perro.

Cables en remojo

¿Será cierto eso de que hay veces que conviene no salir de la cama? El primer caos del día –un lunes, vale destacar- estaba arremolinándose en mi monitor cuando llegué a la redacción. Se pincharon los planes de pasar un fin de semana todas juntas para despedir a la casadera.

El “viaje de fin de soltería” tenía que posponerse o realizarse este fin de semana. Detalle: hoy me cambiaron los horarios de trabajo y se me complica “estrenar horario” pidiéndome un día libre.

La repentina colisión entre el cambio de rutina y de planes para el fin de semana hizo que me entrara calor de más en la azotea. Los cables aguantaban, sí, pero estaban juntando voltios de más. Lo que me molestó no fue que se cancelara el viaje. Lo que me molestó fue la manera en que, de un día para el otro, estábamos en el primer casillero, sin saber qué hacer o a dónde ir.

Y que nadie decida, nadie deje en claro o fije una posición, o algo. Es difícil cambiar un franco pedido hace un mes unas mil veces en una semana. ¿Los cables? Calientes. Una tarde psicoanalítica -con ese maravilloso diván que es la cámara de televisión-, y una amena jornada laboral más tarde, llegué arrastrando los pies a la facultad.

Materia uno: tufo medio, aire viciado, recién dejada por la comisión de la tarde. Cables: enfriándose, pero no mucho. El olor no contribuye. Empieza la clase, y vamos directo a la siempre fría sala de redacción… un oasis para mi azotea. Lástima que el recreíto no duró mucho.

Segunda materia del día: tediosa. Pero se banca, librito mediante. Tufo: Alto, altísimo. Al punto de embotar los sentidos. Llegué a casa y me recibieron con atrevimientos y peculiaridades. Algunas mezquindades de la vida y de las personas. Comí muy rápido, con bocanadas de ansiedad.


La gente se equivoca cuando dice que la mierda la manda la vida, Dios, o el destino… es todo mandado por otra gente. Ahora, después de horas de verborrágico desahogo, puedo poner los cables en remojo.

Me voy a dormir. A negar que este mundo existe y a buscar a dónde dejé ese pasillito azul por el que caminaba anoche... Quizás, como dice el saber popular, hay días en los que no se debe salir de la cama, sobretodo si no se está dispuesta a lo que venga.