Hombres como niños

Hace algunas noches fui a comer a lo de una amiga y tuve la oportunidad de verla a ella, a su marido y a varias de las chicas con las que fui al colegio. Una de ellas había llevado a su novio y LL, mi pareja, llegó un par de horas después que yo.

Después de un encarnizado debate, decidimos pedir un mix de pizzas y empanadas, y yo pedí las de LL porque todavía no había llegado y le conozco los gustos, o casi. Pero hubo un comportamiento que me llamó la atención en mis amigas: no paraban de asediar al novio de una de ellas para que definiera qué comería.

Por un momento las vi como dos madres jóvenes intentando que su pequeño hijo fuese honesto sobre la comida que quería, desde la cantidad de empanadas hasta el gusto de la pizza. Como si no supiese qué le piden sus jugos gástricos.

Entonces sonó el timbre y apareció en escena LL. Le ofrecí algo para tomar, le alcancé un vaso y se sentó al lado mío, pero no en el mismo sofá que yo, sino en un banquito.

"Pero, ¿qué haces sentado ahí? Anto, ofrecele un mejor lugar donde sentarse... ¡Pobre!", me recriminó el dueño de casa entre risas cuando vio que mi pareja (un hombre adulto y más grande en edad que yo) había elegido ubicarse un asiento de su living que no era el apropiado según su parecer.

No sé qué impulsó a LL a sentarse ahí, pero yo no se lo iba a discutir. Es un hombre adulto y si tiene ganas de sentarse como indio en el piso o en una silla para bebés es su problema y yo no soy la madre para andar diciéndole qué hacer. Bastante que me arriesgué a elegirle las empanadas porque se hacía tarde para pedir al delivery.

Aunque todo el episodio, desde mis amigas en modo "mamá gallina" hasta el reto del dueño de casa, fue con buena onda, me quedé pensando en las mujeres que acostumbran a sus parejas a comportarse como niños, aún cuando se trata de hombres muy bien decididos que saben cuántas empanadas quieren y de qué gusto, y dónde se quieren sentar a comerlas, en el caso de que quieran sentarse.

El gen del explorador

Un artículo publicado en el número de enero de la revista National Geographic describe la urgencia de vagar por los confines del mundo como el resultado de la mutación en un gen llamado "DRD4", que controla la dopamina, una sustancia que nos da la sensación de satisfacción al aprender algo. Pero este "chip alterado" impulsa al ser humano a sentirse inquieto e ir un poco más allá del horizonte que conoce desde la cuna.

Es cierto que la curiosidad se puede despertar, alimentar, exacerbar... Pero el que es sedentario o escéptico rara vez se aventurará a lo desconocido, a la placentera experiencia de pasar vicisitudes por elección y no por necesidad, a encontrarse con paisajes, personas y culturas impensadas... Se entiende, ¿no? Ahí entra la frase de JRR Tolkien en "El señor de los anillos" que dice: "Not all who wander are lost".

No todo quien merodea está perdido, y parece que un %20 de la población mundial "padece" desasosiego genético, es decir, fueron beneficiados con el "chip mutante" conocido como "DRD4-7R". Y hay más: el artículo de la NG informa que las personas más dispuestas a correr riesgos y adaptarse a los cambios son aquellas que poseen el "7R", que las atrae a lo que es nuevo y está en movimiento o en desarrollo.

El lado negativo es que también se descubrió que el "7R" está presente en las personas diagnosticadas con el síndrome de deficiencia de la atención ADHD, pero en su justa medida, este gen es el que impulsa al ser humano a salir de su zona de confort para arrojarse a lo desconocido en busca de otro panorama, de lograr sus propios éxitos, nuevas sensaciones y más conocimiento sobre el mundo y las personas que lo rodean.

Así que parece que nuestra determinación y arrojo -¿y valentía?- están escritos en lo más profundo de nuestro ADN, que, como todo el mundo sabe, es un completo misterio para los científicos y por lo tanto hay un sinfín de versiones sobre cuál es su acción y determinación en nuestro cuerpo. Más fácil es mirar alrededor y preguntarse qué hay más allá de lo que se ve a simple vista.

Respeto

Nunca entendí a las personas que piden respeto. Sí a las que luchan incansablemente por que se les reconozcan sus derechos, dignidad o necesidades, pero no me refiero a ese tipo de persona, sino a la que reclama sistemáticamente un trato que no está dispuesto a ofrecer a los demás.

Tomemos el caso más evidente, el primero y básico: padres que reclaman respeto de sus hijos pero después pasan por arriba el hecho de que los humanos en formación que pusieron en este mundo merecen el mismo trato, aunque no den órdenes ni paguen las cuentas de la casa.

No es lo mismo que decir "prohibido prohibir" o que padres e hijos se conviertan en amigos de la misma edad, sino establecer una relación donde no se pisoteen entre generaciones.

A lo largo de la vida se repiten las experiencias similares, por ejemplo, en el ámbito académico, donde nunca falta el profesor que cree que la humillación pública es un modo de enseñar humildad o algún otro concepto vago para un niño o adolescente. Exasperante.

No entremos en el detalle del machismo, la misoginia y la violencia de género que están más arraigadas en la cultura argentina que el amor por el asado, el mate y el fútbol juntos. Y no lo digo sólo por el conductor que insulta a la mujer que está al volante (o peor, la manda a lavar los platos).

El ámbito laboral también tiene sus divinos momentos en el que se tiene que respetar a jefes imposibles de respetar porque sobran las pruebas de su autoritarismo. Y piden respeto, cuando se sabe que pedir respeto es como comprar vidas en el "Candy Crush" después de gastar todas las que tenías por default.

Para que se entienda: significa que se pueden volver a tener vidas en el videojuego después de comprarlas, de pagar por ellas, de pedirlas. Pero ya no son las originales. Esas ya se perdieron por cometer sucesivos errores.

Sitio de cortos

Internet está matando, muy de a poco, a la televisión. No sé exactamente cuándo ocurrirá, pero los contenidos de la web van a superar en calidad y diversidad a los de la televisión (esto segundo ya ocurre, obviamente), con el gusto particular de ser "on demand", al contrario de como ocurre con los canales de televisión de aire o por cable, con sus gerentes de programación y sus pautas publicitarias.

Hablando de contenidos online, miren este sitio de cortos, está bueno. Flip TV.

Un yirito

Coca - Cola. Chocolate. Turrón. Uñas con esmalte rojo fuego descascarado. Pellejos al rojo vivo. Un pañuelo atado a la cadera. Calzas con rayas, remera rota en la panza. El pelo muy corto en la nuca, platinado y con el flequillo sobre los ojos. Ni una gota de maquillaje. Dos perfumes distintos, nada de desodorante. Música. Un bello desastre, una nariz chiquita, labios rosados y carnosos. Ojos marrones. Pestañas negras.

Habla sola, canta de a ratos, no le gusta usar el teléfono. Escribe. No cobra por su sabiduría. Estudia. Le dijeron que está gorda. Ella piensa que es flaca. Está en lo correcto, o al menos así le gusta creer. En todo momento mueve los dedos como si digitase su destino. Si pudiese, se subiría a un tren y no volvería más a su punto de partida. Viviría en un pueblo de mar. Aprendería a tocar un instrumento. Pero prefiere soñar con eso por ahora, no concretarlo.

Ahora vive en la ciudad, está cansada de las bocinas y se sienta a esperar en el zaguán a que le bajen a abrir la puerta. Come caramelos ácidos. Habla sola, toma Coca - Cola, le gusta la música, quiere viajar toda la vida pero se da cuenta que no, que todavía no es su tiempo de partir.