Flor de Antonio

Mi abuela está cumpliendo hoy, 19 de abril 90 años de vida. Para bien o para mal, es un número que no mucha gente llega a festejar, por lo que amerita cosas como una comida familiar (aunque la familia se resuma en "los que no están peleados", los que sí pero hacen de cuenta que se "bancan" y los que vienen de Tucumán especialmente para la fecha y caen como aerolitos).

En vista de que es una fecha importante, encargué un arreglo floral para mi querida abuela, con una tarjeta de parte mía y de la nieta que no le habla, pero que tampoco está peleada (sí, los locos Adams parecen normales al lado de mi familia, ¿y qué?). Elegí ir a la florería Flores del Pilar, que está a escasas tres cuadras de mi casa.

Cuando llegué, el dueño estaba escondido detrás de altos floreros de vidrio cargados de gerberas, margaritas y azucenas, y comía un plato de arroz guisado fuera de la vista del público. Se paró para atenderme. Después de un breve debate, llegamos a la conclusión de que mi abuela estaría feliz con un florero no muy alto (algo manejable para una señora de su larga edad y corta estatura), y lleno de flores simples y coloridas.

Recién cuando fui a pagar y a dar la dirección para el envío me di cuenta de que no sabía bien la dirección de mi abuela, sino que había estado llendo de memoria todos estos años. "Suipacha algo..." intenté ensayar frente al florista. En realidad, como recordé minutos más tarde, mi abuela vive sobre la calle Esmeralda.

Pero el florista no se inmutó. Me pidió minombre y teléfono, y me entregó una tarjeta de su tienda para que pudiera darle la dirección correcta por teléfono. "¿Cuál es su nombre?", pregunté para saber con quien pedir cuando llamara. "Osvaldo", contestó y sonriendo agregó "Osvaldo Antonio. Por eso sonreí cuando dijiste tu nombre".

La verdad, su sonrisa había sido de lo más sutil, porque yo no la había notado, pero quizás sea que por estos días el humo nos tiene a todos viendo sólo lo que queremos ver.

Pero Osvaldo Antonio, no había terminado con nuestra charla: "¿De qué nacionalidad era San Antonio de Padua?", me preguntó a modo de pregunta de examen oral cuando yo le conté que mi nombre se correspondía con mi fecha de nacimiento. "Protugués", contesté, y completé mi respuesta como queriendo sacarme un diez: "Era un monje agustino al principio, pero era de origen portugués".

Parece que años de catesismo sirvieron de algo, porque mi tocayo se mostró complacido con mi respuesta. "Sabés que yo no sabía", me contó "me enteré hace unos años, cuando viajé a Portugal y fui a visitar un castillo que queda a las afueras de Lisboa. Resulta que, mientras subía por la ruta, me fui metiendo en todas las iglesias que encontré sobre el camino y una de ellas estaba abarrotada de imágenes de San Antonio. Entonces, pregunté por qué había tantas y me explicaron que era de origen portugués".

Así, entre gerberas y helechos, mi tocayo me relataba la historia de su familia devota de San Antonio de Padua: "Todos los primos llevamos el Antonio en el nombre, y como todos tenemos florerías nos identificamos como Antonio el del Pilar, Antonio el de la otra florería... pero yo no quise ser otro Antonio, me daba vergüenza", remata, "así que soy Osvaldo".

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