¿Qué ves cuando me ves...?

¿Cómo me veo?

“Confess your hidden faults. Approach what repels you. Help those you think you cannot help. Anything you are attached to, let it go. Go to places that scare you.”
Machik Labdron; Tibetan poet.



Mejor sería preguntar : ¿Me veo? Bastante poco, por lo que veo. Cínica, jactanciosa, irónica, irascible… Y ni siquiera hablé de los rencores, que son en su mayoría conmigo misma. Utópica. Hasta el hartazgo, hasta el hastío. Intrincada como un tango, igual de dramática en sus finales. Gran constructora de suposiciones como puentecitos que llevan ningún lado, pero que temo dejar de lado, no sea cosa de que me quede sin un punto de partida para una nueva suposición.

Lo que me da miedo me gusta; lo que me sale fácil me aburre. Lo que no puedo alcanzar me intriga, y me desencanta lo que me rodea. Me cuesta cuestionar, y también esperar las respuestas. Una vez que las tengo me cuesta entenderlas. Si me aburren, las dejo. Con las personas me pasa algo parecido: Hace un tiempo implementé la onda zen, mi versión de lo que es la filosofía oriental del equilibrio Zen. Con esta premisa, dejo fluir ciertas cosas como el malhumor que algunos despiertan en mí.

Sin embargo, cortar y quemar los puentes que me unen a ciertas personas no me hizo ni más feliz ni me dejó más tranquila. Porque mi cabeza piensa todo el tiempo. Sufro de una esquizofrenia muy particular: cada ángulo de mi cerebro piensa distinto y por lo tanto, nunca estoy de acuerdo conmigo misma. “Pregúntame de nuevo mañana”, contesto más de una vez. Ya viví tranquila, despierta, activa, enojada, dormida, triste… y no me resigno a vivir como el resto.

A traves del ruido del mundo

Anoche un amigo me contaba que el 98 por ciento de los idiomas europeos actuales descienden del indoeuropeo, a excepción del finlandés, el húngaro y el persistente vasco. Los indoeropeos, según me explicaba mi amigo, se asentaron desde Europa hasta Asia, fundiendo sus idiomas con los idiomas originales del lugar en el que se quedaban. Una pena, ahora que lo pienso, porque si no hubieran olvidado su idioma en común quizás tampoco hubieran olvidado que se parecían, y todavía se parecen.

Desde Italia hasta Noruega, desde Irán hasta la India, todos empezaron hablando la misma legua, contando los mismos cuentos y rezando a los mismos dioses. Al parecer, el hecho de que algunas deidades se repitan de panteón en panteón tiene que ver con este remoto parentesco. Que Zeus, el dios griego del trueno y de los cielos, tenga su par romano, Júpiter o su colega nórdico, Thor, no es tan casual después de todo.

Los romanos, por ejemplo, no adoptaron a los dioses griegos, sino que tenían los propios que cumplían las mismas funciones. Por eso habría sido tan fácil poner un nombre en lugar de otro: fue como construir una casa donde ya había cimientos. Lo mismo pasó con el advenimiento del cristianismo en Grecia y Roma.

La idea de un Dios hecho hombre no era tan descabellada si toda tu vida habías escuchado los viejos mitos de los Olímpicos y sus andanzas. Para ese momento, cabe destacar, la filosofía clásica era de vanguardia y las preguntas no faltaban… la fe se fue encegueciendo con el tiempo, dejando lugar a los mitos nuevamente, pero sin embargo, sus comienzos quisieron ser lúcidos.

¡Oh, mi salvador!

Era de noche y hacía frío en la esquina de Carlos Pellegrini y Paraguay donde ella trataba de dilucidar cómo volver a su casa. Su cara comenzaba a dar signos de incertidumbre y desolación tan evidentes que un transeúnte se detuvo espontáneamente a ayudarla: “Decíme a donde querés llegar y te digo”, le ofreció el hombre a la muchacha. El debía tener unos treinta años mal llevados, o unos cuarenta muy bien puestos. Su aspecto era limpio y su voz era aguda y resuelta.

Vacilando primero y luego con esperanza ella contestó “me tengo que tomar el 7 en la avenida Córdoba”. “¡Ah, mamita!”, exclamó él. “Pero vos tenés que caminar hasta la esquina, que es Córdoba, y seguir derecho por ahí hasta que veas la parada del 7”, explicó muy divertido. “Pero yo necesito el que va por Esmeralda… lo dice la guía”, trató de objetar la joven contrariada. “¿Pero vos a dónde querés ir? ¿A San Telmo?” inquirió el hombre con voz cantarina. “Yo quiero ir a Parque Chacabuco, me parece que tengo que ir a tomar el 7 a Córdoba”, sentenció la joven.

Ante la súbita resolución del dilema, el hombre comedido ofreció una amplia sonrisa y se retiró a paso ligero por la avenida 9 de julio. Sólo su espalda y sus ágiles piernas se distinguieron a lo lejos mientras cruzaba la calle Cerrito. Atrás quedó la joven con su guía en mano y la certeza inexplicable de que el 7 que pasa por la avenida Córdoba la dejaría cerca de su hogar.

Por: Mafalda Chan

Hay que dar con la Veta




La banda de rock Vetamadre presentó ayer a la noche en el teatro ND Ateneo su nuevo CD, Vientre, frente a un público que ovacionó de pie haciendo caso omiso a las butacas. Además del nuevo material, tocaron las canciones de sus tres placas anteriores, Ruido del Mundo (1998), Libérenme (2002) y Veratravés (2004).


El show comenzó poco después de las nueve y media con un clásico de la banda, Ruido del mundo. El público estaba formado mayormente por jóvenes, algunos rozando los cincuenta, otros los doce. Promediando la noche, Veta se dio el gusto de hacerle un tributo al Flaco Spinnetta tocando Seguir viviendo si tu amor a su manera.


Con diecisiete años de trayectoria y a catorce de su primera placa independiente, el cuarteto formado por Julio Breshnev en voz, Martín Dejean en teclados, Coca Monte en bajo y Federico Colella en batería lleva recorrido un largo camino por el que fueron recogiendo influencias, estilos y, sobretodo, adeptos.

Llueve sobre mojado... o sobre el moho...

Resulta que a mí me gusta una banda de rock que se va a presentar en esta semana. Los vi por primera vez el año pasado. Fui a su concierto sabiendo nada más que dos canciones y salí coreando la mitad de las que tocaron. Recién este año se están haciendo conocidos, después de 14 años en la ruta.
Por primera vez una amiga de la facultad accedió a acompañarme, muy ilusionada por todo lo que yo le había "vendido" de ellos. Pasé por la boletería de Ticketek a preguntar los precios de las entradas y no los tenían. Pasé una segunda vez y me “dijeron $20 y $30”. Ok, pensé yo, la entrada de $20 está perfecto…
Más tarde me acordé de un detalle que el chico de la boletería no mencionó: que Ticketek, siempre tan eficiente y confiable, cobra un recargo por el servicio. “¿Por el qué?”, se preguntarán ustedes, por el servicio de imprimirte y cobrarte tu entrada. Antes el recargo era del %10 por lo que le avisé a mi amiga que en vez de $20 eran $22… pero no. Eran $23.
Después de la decepción de no poder comprar las entradas porque me faltaban $2 me propuse no desistir y volver una cuarta vez para comprarlas finalmente. A todo esto, mi mal humor empezaba a aflorar como el moho en una cortina de baño; cada día más y llegando al punto de ebullición.
En mi cuarta visita a la boletería no hubo sistema (¡por esa eficacia sí que pago!), por lo que tuve que volver una quinta vez (previo pasar mi amiga a chequear si seguían habiendo entradas… le dijeron que al día siguiente las traían). Finalmente, a dos días del concierto tengo mis tan anheladas entradas, y espero pasarla de diez otra vez.
Todo esto tiene una moraleja: cuando la banda que te gusta se hace conocida empieza a trabajar con Ticketek, y cuando empieza a trabajar con Ticketek, conseguir las entradas es como esperar que llueva… Te duele la cabeza toda la semana hasta que llueve y te aliviás.