Blogs traspapelados I



Piquetero no se nace, se hace (versión reloaded)


La sociedad entera entrega un doble mensaje a los chicos: por un lado está el “nene, andá a estudiar” y por el otro, “nene, aprendé a protestar”. Ésa es la lección que presencié la otra tarde, cuando caminando por el centro de la ciudad me encontré con la siguiente imagen:

Un grupo de manifestantes pasaron por enfrente de un jardín de infantes cantando una consigna política con la melodía del clásico “A ver, a ver // como mueve la colita…” En lugar del “…la tiene paspadita” remataban la canción con un resuelto “…el gobierno hijo de puta”.

De repente, el hombre que lideraba el grupo, megáfono en mano, les preguntó a los chicos que “espiaban” desde la terraza de la escuela si conocían ese canto, y los chicos respondieron que sí, como quien responde si conocen la canción del elefante Trompita. Era cierto: conocían la melodía, aunque la letra fuera otra.

Después hay gente que pregunta (entre ellos la que escribe) cómo se les ocurre a los estudiantes secundarios tomar sus colegios, como el Pellegrini o el Nacional Buenos Aires. Ya no me llama la atención ahora que veo que, cual esponjas, los chicos absorben ejemplo que les ofrecen sus mayores de un modo didáctico y directo.

De hecho, mientras me alejaba del lugar podía escuchar que los chicos, una vez que se hubieran ido los manifestantes, siguieron cantando la misma canción, con la letra original y pícara que conocían, pero con la entonación de la bronca, de la marcha.

¿Estamos educando a los próximos D’Elía, Castells, Moyano, D’Angeli…?

De una, a la otra

Maguis dice:
si , pero re bien que tes haciendo esa terapia... no sé cada uno tiene su mambo...o su cruz..

Peq. Buda dice:
algo así

Peq. Buda dice:
sí, a veces es un mambo, a veces es un rocanrol jajajaja

Peq. Buda dice:
de cualquier manera, nadie sale vivo de la vida, pero hey! hay que vivirla mientras se está acá

Maguis dice:
muchas veces hay personas que por no exponerse mucho por miedo no logran concluir sus sueños y viven lamentandose por lo que "sueñan"

Maguis dice:
jajajaj de una

Peq. Buda dice:
no quiero ser así

Peq. Buda dice:
de una

Las falacias bien escritas se hacen verdades

¿Por qué a la gente le encanta corregir lo que escribe otro? Es como si se despertara una maestra Ciruela dentro de cada persona que, ante la oración mal escrita, repara en los errores ortográficos y sintácticos en vez de prestar atención al mensaje detrás de la aberración lingüística.

Podría decirse que, por aproximación, el escribir con faltas de ortografía o de redacción se transforma en la versión gráfica de perder la razón por gritar o usar malas palabras. En realidad, hay veces en las que aunque la mayor parte del texto está bien escrito, hay un numerito, o una letrita fuera de lugar hacen saltar la térmica literaria.

Lo peor de todo no es que los “correctores ocasionales” corrijan detalladamente lo que otro quiso decir, aún si eso implica cambiarle el significado a la idea original (eso corre por cuenta del que escribió y no se hizo entender). El problema es que, al hacerlo, remarcan también la inferioridad del discurso del “autor” y la superioridad del propio.

Entonces, ya no importa quién tiene la razón, sino quién tiene más dominio de la lengua escrita. Quedan al margen los argumentos, sean verdades reales o aparentes. Si bien es cierto que las reglas de la lengua castellana están para ser respetadas, no creo que sea necesario tratar de bruto o mediocre a quien, en el afán de darse a entender, escribe como puede.

La canción no es la misma

Caminaba por la calle Rodríguez Peña cuando me encontré con un pequeño grupo de gente, con pancartas y consignas sociales en alto. Con los colores rojo y negro presentes, la columna empezó a avanzar, seguida por una camioneta de la policía y un par de oficiales en motos. A la altura de la calle Paraguay, justo enfrente al Palacio Pizurno, la columna entonó, liderada por una voz a través de un megáfono, un canto de protesta, de bronca.

La melodía de este canto me resultó conocida, como para cualquiera que hubiera sido un chico en este país y que hubiera ido la escuela: “A ver a ver // como mueve la colita // si no la mueve // la tiene paspadita”. Claro que, en la versión adulta y combativa, poco tenía de inocente la nueva letra del viejo juego… la frase final era “el gobierno hijo de puta” en lugar del clásico “la tiene paspadita”. Salvo por la nueva letra, la canción seguía siendo la misma.

La columna se movió, todavía entonando su canto, a lo largo de la calle Rodríguez Peña y cuando pasaron por enfrente de una escuela primaria ubicada en esa calle y la avenida Córdoba, los alumnos de jardín de infantes que estaban de recreo se sumaron al canto. No conocían la nueva letra, pero la melodía era la misma, así que cuando el guía les preguntó, megáfono en mano, si conocían la canción contestaron al unísono que sí.

Una vez que hubiera pasado el contingente por enfrente de la escuela los alumnos siguieron coreando la canción, con la letra de siempre, pero con otra entonación: ya no era picardía sino esa bronca que se le imprime a todo canto que está desesperado por ser escuchado. De alguna manera, la canción, y el juego, cambió para los chicos.

El ejemplo que la sociedad le da a los chicos es tan importante como las enseñanzas de sus maestras acerca de lo importante que es compartir en partes iguales todo entre sus compañeros. No nos olvidemos lo fácil que aprenden los chicos durante la edad de la inocencia, sobretodo cuando la melodía es vieja, aunque las palabras sean otras.

Construyendo las Torres de Babel

"Tengo un problema personal con las torres" me dice desde el otro lado de la hilera de monitores en el sótano que donde funciona la sala de redacción. Está sentado contra la pared, recostado sobre el respaldo de su silla desde donde me asegura que los múltiple emprendimientos inmobiliarios que brotan como hongos en las húmedas calles de Buenos Aires "son el síntoma de algo".

A él le parece raro que una ciudad ubicada en una zona geográfica tan llana no se expanda en sentido horizontal sino vertical. "Tiene que ver con la estigmatización del conurbano como zona de inseguridad", me sigue explicando. "Hay gente que vive peor en la capital que en provincia, pero prefiere vivir en capital igual", remata.

Quizás tiene razón, quizás todo quedó desde la época en que el gaucho Martín Fierro lidiaba con los malones en los fortines de la provincia de Buenos Aires (que por esos días quedaban tan lejos como Brandsen, a doscientos kilómetros del obelisco). “Es un país atravesado por la dicotomía“, me asegura. Y casi le doy la razón.

Después escucho la otra campana, la que retiñe y me dice que en realidad es la típica mentalidad de quien está acostumbrado a vivir en el conurbano de la ciudad de Buenos Aires, conocido oficialmente como AMBA (Área Metropolitana de… se entiende). Yo nunca pensé que alguien pudiera desconfiar de un edificio.

Claro que bien se puede mirar con recelo y tener una opinión reservada acerca de las intenciones de quienes construyen complejos edilicios de lujo en zonas donde en realidad están más necesitados de condiciones básicas como el agua potable y el suelo limpio que un shopping con marcas “de primer nivel”.


En las costas de Avellaneda y Quilmes se edificará una nueva suerte de Puerto Madero, que recibirá el nombre de Costas del Plata. Este emprendimiento urbano estará a cargo de una unidad de negocios del grupo Techint, según publicó el diario Perfil en su suplemento “El Observador”.


Estará situada nada menos que sobre un relleno sanitario (tierra donde antes había desechos) y en una de las zonas más golpeadas por las sucesivas crisis económicas argentinas. Pero al margen de la crónica periodística, es evidente que hay alguien que quiere ahondar en la dicotomía que divide no sólo la ciudad sino también sus alrededores…

¿Nos estarán queriendo apartar aún más?

Ya existe una exorbitante cifra de gente necesitada de trabajo, vivienda digna y, por el momento, también de asistencia gubernamental. Pero que además surjan de la nada y se expandan como traídos por esporas alrededor de la zona metropolitana es no sólo sospechoso sino también contradictorio: ¿quién financia y quién posee propiedades de ese valor?

Alguien está vendiendo humo. Mientras tanto, le cambian la fachada a la ciudad, a mi ciudad. Y ponen un plato de comida en la vereda de enfrente del que tiene hambre.


AC - Mafalda Chan

Me tomo cinco minutos...

Yo lo que no entiendo es por qué la gente apura tanto. Entiendo que, al ser siempre la última en llegar, nunca me toque esperar, y aburrirme, media hora o más. Pero de todas maneras, no entiendo a la gente que te dice: “son las cuatro, apuráte”, y en realidad son las cuatro menos cinco, que es casi lo mismo, pero no es lo mismo.

Mi reloj despertador está ajustado con la hora que da el 113. Lo mismo el reloj y el calendario del celular. Cuando me quedo dormida (cosa que pasa seguido), chequeo el reloj de la “hora oficial”, y me la da una idea de cuán tarde voy a llegar. Entonces, me apuro, y llego tarde, sí, pero a la hora que yo predije que iba a llegar tarde. Y me reciben, claro está, con el predecible y redundante “llegaste tarde”.

Lo que me llama la atención es que la mayoría de las personas que me apuran, o que me hacen notar exactamente por cuántos minutos llegué tarde lo hacen “desde el futuro“. Así es: tienen sus relojes adelantados al menos cinco minutos. Algunos hasta diez. Al margen de ser una injusticia (porque no tengo modo de saber que ellos están viviendo “cinco minutos adelante” mío), es un poco preocupante el vertiginoso caminar de algunas personas por este mundo.

En realidad, no es que me esté excusando por llegar tarde sistemáticamente a todas partes: el ser impuntual es mi error, y el ser puntual es mi desafío diario y un trabajo que sé que me llevará toda la vida.
De hecho, cuando nací mi mamá llegó justo a tiempo para tenerme en el sanatorio. Incluso mi cuerpo se ha desarrollado para contrarrestar mi inercia: mis piernas, aunque cortas, están acostumbradas a llevar un paso cerrado y ligero. Siempre me lo dicen cuando dejo a mis acompañantes dos o tres metros a mis espaldas.

Aún así no puedo dejar de sentirme frustrada cuando me dicen que llegué quince minutos tarde cuando en realidad llegué sólo cinco minutos pasada la hora pactada. Ok, eso también corre para cuando me dicen que llegué “una hora tarde” y en realidad fueron cuarenta minutos, pero ése es otro cantar.

¿Qué les pasa, gente apurada del futuro? ¿No pueden soportar que algunos de nosotros, por más rápido que caminemos siempre quedamos diez minutos atrás suyo? ¿No se dieron por enterados que, aunque tengan cinco minutos adelantado el reloj en realidad, lo único que están haciendo es adelantar los éxitos (que se irán temprano si temprano vinieron) y adelantar también las tristezas, que como todo el mundo sabe, se quedan el tiempo que quieran?

Por favor, tómense cinco minutos para reflexionar o mejor, que sean diez.