Las vaquitas también son subterráneas

El subte aliena a la gente. La transforma en vacas, en bodoques incapaces de razonar. Es un efecto casi como el de los shoppings, sólo que en vez de comprar compulsivamente, la gente se te limita a zigzaguear por los pasillos esperando a que llegue la mole amarilla y pestilente que, pitando y resoplando, avanza como una elefanta en avanzado estado de gestación.

Hay que reconocer que el subte es rápido y eficiente, siempre y cuando esté funcionando y no se pare entre estaciones en el medio de los túneles. Los vagones están mal ventilados y la gente viaja como ganado, para seguir con la primera analogía. Además está el detalle de las monedas, el subtepass y otras formas de pago. Cada vez que pido dos viajes ruego porque me toque el pase con el 2x1 del combo italiano de Burger King.

La realidad entra y sale en cada estación cuando los vendedores ofrecen desde la guía T hasta orquillas. Más coyuntural es la presencia de excombatientes de Malvinas pidiendo limosna, a veces monetaria, y otras de la que cuesta dar, como el respeto. Lo más curioso es observar las tácticas de la gente en el subte.

Algunos pasajeros la tienen clara. Cuando se suben se mantienen cerca de la puerta para no tener que internarse y desinternarse dentro de la manada. Al abrirse las puertas en las estaciones se bajan del vehículo y vuelven a subirse ágilmente antes de que suene la señal sonora.

Están aquellos que se sientan y ponen una expresión estoica en sus caras mientras soportan el vaho y las axilas del resto en sus narices. Están los dolientes, que lamentan en el alma no poder ayudar a quienes piden una colaboración a cambio de una tarjetita. También abundan los justicieros, gracias a Dios, Ganesha y Zeus. Éstos bienintencionados viajantes se exaltan y saltan en defensa, por ejemplo, de las embarazadas que no tienen donde sentarse (y coaccionan a otro pasajero para que les ceda el lugar).

Pero no es cuestión de olvidar a los pasajeros moralistas: son aquellos que miran con desaprobación lo que ocurre en el vagón (como robos o mujeres embarazadas de 10 meses sin lugar donde sentarse), pero que, para no herir sensibilidades, se mantienen al margen de las situaciones. Todo es posible en un espacio reducido y repleto de argentinos en acción.

Finalmente, el tren subterráneo cubre su trayecto dentro del tiempo estimado, y la manada de pasajeros avanza en estampida a través de las estrechas puertas y escaleras arriba, donde la realidad las espera, con otros olores y apurones nuevos.

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