¡Boo! (El amor cuando no muere mata... de aburrimiento)

Las relaciones sentimentales tienen a veces finales abruptos, dolorosos o de dimensiones similares a las del huracán Katrina y el Tsumani juntos. Todo sea por el llamado crecimiento personal, que es un eufemismo para tragarse el orgullo o podar el ego. Algunas veces, en cambio, las relaciones te desvanecen frente a nuestras narices y se convierten en fantasmas que saltan desde nuestra casilla de correo alguna madrugada que nos encuentren desprevenidos.

Esta sería la situación actual. Mientras suena en mis parlantes la voz gastada de Charly diciendo, como dijera alguna vez Tom Petty, “me siento mucho más fuerte sin tu amor”, yo borré en el acto mi mail fantasma. La verdad es que nunca dejé de pensar en ese fantasma, pero la sensación fue como ver una película de terror: sé que hay un asesino serial que está a punto de decapitar a toda una familia, sé que va a salir de la nada con una hacha y que la sangre va a correr a borbotones, pero aún así me sobresaltamos cuando pasa.

El Modus Operandi del fantasma de una relación pasada es simple: justo cuando uno cree que ha limpiado el aire y que es seguro respirarlo nuevamente, el fantasma se agazapa y salta encima de uno con un gran ¡BOO! para hacernos sentir tontos por haber dejado pasar la oportunidad, o por habernos rendido, o por haberlo cambiado por alguien más. Sea cual fuera la razón, parecía ser la correcta en el momento, pero mirándolo a lo lejos uno se pone a dudar:

¿Será cierto que es mejor estar solo que mal acompañado? ¿Es preferible sufrir de amor que sufrir por la falta de amor? ¿Por qué sentimos la necesidad de estar con alguien aún sabiendo que ese alguien no es bueno para nosotros? ¿Por qué, en el nombre de Carrie Bradshaw, no podemos dejar ir a nuestros fantasmas? Y, algo no menos importante: ¿es necesario preguntarse estas cosas a las tres y media de la mañana de un viernes, cuando hace un calor estancado que ningún chaparrón de verano logra disipar?

Parece mentira lo frágil que resultan a veces nuestras más férreas y terminantes convicciones. Pero con todo y las cavilaciones fantasmales, uno sigue adelante, y se propone un exorcismo mental, y de casilla de mail, para contrarrestar los efectos de lo que en realidad, no pasa de ser una peli de terror clase B.

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