¿Por qué se come pescado en Viernes Santo?

No quiero dármela de gran chef (shh... mis dotes para la cocina son el secreto peor guardado del mundo), pero mi pollo al verdeo fue un éxito. La receta original era con papas hervidas, pero lo acompañé con cus cus en vez, y le agregué puerro, lo que le dio un toque extra de sabor.

Probé la receta el viernes pasado, cuando la mayoría de las personas a mi alrededor estaban con la idea fija de comer pescado "porque es Viernes Santo". Así, con mayúsculas, como si todos fuesen cristianos devotos y practicantes, cuando la mayoría no pisa una iglesia hace años a excepción de los casamientos y bautismos eventuales.

Pero yo comí pollo. Lejos de estar peleada con Dios o de haberme vuelto una detractora acérrima del Cristianismo en todas sus formas, el viernes pasado inauguré mi Viernes Honesto, en el que me propuse no ser hipócrita con respecto a los preceptos religiosos que sigo... Que por cierto, no sigo.

El temita del pescado, vale aclarar, es para los cuatro viernes de Cuaresma, que son los 40 días antes de Pascua. El Viernes Santo (nótese como afloran las mayúsculas... la educación religiosa puedo más) no se come, y punto.

"Ayuno y abstinencia" no es googlear recetas copadas con merluza, sino suprimir el deleite de la comida como sacrificio (si les tengo que explicar para qué, lo resumo con el muchacho en la foto chiquita).

Por eso es mi Viernes Honesto. No, no me ofende o alegra lo que diga el Papa. No, no como pescado el Viernes Santo. No le lavo los pies a nadie el jueves anterior ni prendo un cirio el sábado siguiente. Ya no practico la fe en la que fui educada, a pesar de estar bautizada y confirmada en ella, por lo que esas cosas ya no me atañen.

Mi alma no está condenada por comer pollo un Viernes Santo, porque para mí es un día cualquiera del mismo modo en que cada domingo es sagrado porque es para mi descanso.

Hacerme la piadosa una semana al año cuando los otros 300+ días (ni pienso hacer la cuenta) no observo ni un solo precepto me parece hipócrita y una burla hacia los creyentes que sí hacen "la tarea" a lo largo del año.

¿Por qué me hace falta escribir esto y ponerlo en público? Porque me parece es importante analizar una práctica que de otro modo seguiría por inercia.

No es una cuestión de rebelión hacia mi crianza cristiana ni un ataque a quienes disfrutaron sus empanadas de atún el viernes pasado. Es una reflexión de por qué elegí cortar con la "careteada".

No es ni bueno ni malo: es mi elección. Y la receta me quedó divina.