Vermelha

"Vermelha", la llamé, porque nunca entendí su nombre. Ni siquiera puedo estar segura de que me lo dijo, entre todas las cosas que me contó con su voz aguda, alegre y fresca. Llevaba varias horas recostada sobre la arena contra el acantilado, a la sombra, mirando el mar de soslayo.

De repente se levantó y caminó hacia mí, se paró justo entre el mar y yo, y me explicó que estaba sola, que había decidido salir a tomar sol y que le parecía que su piel ya estaba un poco colorada, "vermelha", dijo, con una amplia sonrisa llena de dientes blancos, cuadrados y prolijos.


El pelo, negro, le caía haciendo arabescos sobre los hombros y hasta la mitad de la espalda. Una bikini colorida, creo que roja, la cubría como si sintiese pudor de su cuerpo, pero no vergüenza. Sus ojos sonreían, igual que el timbre de su voz.

Calmé sus nervios, le dije que no era para tanto, pero que se volviera al resguardo del acantilado para que el sol no hiciera estragos en su espalda, que estaba algo dorada, pero de fábrica. La chica, que no tendría más de 25 años, me explicó que no éramos los únicos argentinos de visita.

"Você nao mora aqui?", preguntó. Ante la negativa lanzó un "todavía". Habría sido un deleite entender al menos una palabra más de lo que me dijo. Pero sólo entendí que había salido sola, que se sentía acalorada y que estaba "vermelha".