Las postas de Abuela Silvia

No quiero darme corte, ni sonar pretenciosa, pero saqué número alto con la abuela que tengo. Si la anécdota del consultorio oncológico no les demostró la sabiduría cotidiana que posee a sus 92 años, he aquí breves fragmentos de nuestros diálogos de una soleada -y peronista- tarde de 17 de octubre (y eso que ella siempre prefirió a Palacios).

I
Yo venía explicando que no había podido comprarme una Blackberry: "...Y entonces me quedé con las ganas de comprarme un teléfono celular nuevo porque los de la compañía no tenían sistema", dije. "Ah, no te compres nada y gastate todo en Mar del Plata", contestó abuela, volviendo al tema anterior, mis vacaciones.

II
Al verme pellizcar por tercera vez un pedazo de queso de máquina en lugar de tomar toda la feta y comerla entera: "No te hagas la cumplida", espetó. "Es que sino después me duele la panza", intenté excusarme. "Te tomás un Agarol y listo... ¡es más rico que la vaselina!", resolvió ella.

III
Con mi mejor voz de nieta preocupada, le volví a recordar a mi abuela que tiene que alimentarse bien y tomar líquidos. "Ah, sí, el americano Gancia está viniendo buenísimo", me retrucó. "El otro día, con tu papá lo preparamos en la coctelera con Campari y limón... Y mucho hielo. ¿A vos te gusta?", me dijo. "Yo hablaba de tomar agua, abue", contesté. Le di un abrazo.

IV
"¿La viste? La senté cerca de la ventana para ver si quiere vivir", me explicó, y señaló una planta de calas que había colocado sobre una silla plegable de hierro color negra. Los tallos inclinados de las hojas casi llegaban a tocar el asiento. "Estaba en el patio de mi abuela", acotó sobre el mueble. "Ya si con eso no quiere vivir no sé qué más hacer, que se muera", se resignó.

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