El trago de Margaux

...Mantenerse al margen urdiendo un crimen perfecto implica estar atento para dar el gran golpe sin morir en el intento.

Ella lo sabe perfecto. Se sienta todas las noches en la misma mesa del mismo bar. Deja caer su tapado negro y se acomoda en una asiento contra el ventanal. El frío traspasa el vidrio en invierno, pero eso no le molesta. Pide una botella de Margaux. Sonríe. Como decía el tango, antes era sólo Margarita, ahora es otra persona, muy distinta.

Lucas hace una excepción con ella. El resto de los clientes, si no están sentados en la barra, se levantan y, tambaleando más o menos, se acercan a pedir su siguiente trago. Ella espera en silencio hasta que el encargado abre la botella de vino tinto, le sirve una copa grande y le deja limón y servilletas en la mesa.


Es un bar chico, con las paredes pintadas de bordó y adornadas con afiches de cine de los cincuentas. Tiene una barra de roble en el medio que divide el local en dos. En la primera parte hay mesas redondas, no muy altas, y sillas con apoya brazos. La rubia las prefiere a las mesas ratonas rodeadas de sofás que hay en el fondo.

De ese lado del bar puede ver a Lucas, cada vez con más panza y menos pelo, al viejo sereno de enfrente, que duerme ahí cada noche, y a un hombre joven que traga su whisky con muecas de asco. Debe tener unos 30 años, pero a juzgar por la ropa gastada, la maraña de pelo negro sobre su sien y la espalda encorvada no los lleva nada bien.

Al fondo, en cambio, están las parejas de enamorados y los viejos timberos que se reúnen a jugar a los dados. Saben que Lucas no va a echarlos porque uno de ellos es su tío, Fermín. “Tiene 90 años, ¿a quién le apuestan? ¿A la vida o a los dados?”, le preguntó cierta vez el encargado a Romeo, que obviamente se quedó callado.

Ese episodio se dio durante una de las primeras visitas del muchacho al bar. Años más tarde, ante la misma pregunta su respuesta sería no menos que: “Le apuestan a la vida en cada dado, dependen del azar en cada tirada y saben que en el fondo su suerte ya está echada”.

Muy buena exposición oral para un alumno aplicado. Una explicación etérea con fundamentos retóricos poco concisos. Filosofía de bar, de esa que suena más como una canción de blues o un poema épico que a un manual de supervivencia (ese libro se escribe con tinta del fondo del vaso).

Su maestro lo recompensaría con un trago de ese licor de cerezas que a él le gusta. “Es para los chicos”, argumentará, pero Romeo es su eterno protegido. A él piensa enseñarle un par de trucos que aprendió en sus años mozos, a ver si recupera el tiempo que perdió en señoritas vanidosas.

Una pérdida de tiempo, piensa ella, porque todos saben que las anécdotas son malas consejeras. Un hombre no puede guiar su suerte por la de otro, porque cada uno tiene la propia... Pero no vale la pena divagar sobre el tema. Ella querría gritarle al tipo "¡Pensá solo, no copies al otro! ¡No son todas las historias iguales!", pero no importa lo que ella diga.

[sigue]

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