De uniforme a marchar

Cuando tenía 16 años fui a una marcha pro vida. Dícese de una manifestación colectiva a favor de ideales que sostiene una parte de la población, no su totalidad. Todos tenemos el derecho de marchar a favor de lo que creemos justo, no así de imponerlo.

En esa oportunidad había ido junto a varias de mis nuevas compañeras del colegio al que había entrado hacía unos meses. Había pasado de una institución laica con orientación católica a una religiosa. Sí, por decisión propia y personal, y no es el punto de este posteo explicar cómo terminé ahí.

Al día de hoy conservo algunas amigas que conocí en ese colegio, aunque con el paso de los años tengamos opiniones diametralmente opuestas sobre ciertos temas. El otro día, sin ir más lejos, el debate por la ley de matrimonio igualitario reavivó uno de esos de esos tópicos de eterna -pero cordial- discordia.

Entonces me acordé de mi fugaz paso por una marcha pro vida, que también era en contra de una ley. Parada en frente de la legislatura porteña, escuchaba a mis compañeras de curso prounciarse en contra de la Ley de Salud Reproductiva y Procreación Responsable, que hoy rige en la Ciudad de Buenos Aires.

La imagen era cuanto menos llamativa: un centenar de adolescentes con uniformes de colegios privados -en su mayoría, sino todos, católicos- protestando en contra de una ley que muchos de ellos no habían leído entera. Pensé que valía la pena estar. ¿Por qué? Para saber qué pasaba en una de esas manifestaciones.

Hoy, 10 años más tarde (acabo de admitir cuántos años tengo... ups) ya no pienso del mismo modo en que lo hacía en ese entonces, cuando todavía cuestionaba a mi profesora de biología y, extrañamente, a mi catequista también.

Ahora más que nunca, me hace mucho ruido el hecho de que una catequista ayude a los jóvenes a formarse una opinión sobre un tema de salud. Me parece ilógico que una institución religiosa tenga peso dentro de un debate legal, que atañe a todos los argentinos, no sólo a los cristianos.

Es hora de que terminen de divorciarse la Iglesia y el Estado, y que el segundo realmente legisle en pos de darle un marco jurídico y legal a toda la población, sean cuales sean sus decisiones de vida. Un hombre que ama a otro, o una mujer que ama a otra, no son criminales ni enfermos.

Y necesitan leyes que los incluyan.

Esta tarde salí a la calle y vi una manifestación similar a aquella, pero en contra de la ley de matrimonio igualitario, del mal llamado "matrimonio gay". Esta vez es frente al Congreso, para defender el derecho de los chicos a tener "una mamá y un papá". A lo largo de los años conocí historias de madres y padres que dejaron mucho que desear como tales...

Vuelvo a ver chicos del secundario vestidos de uniforme, o no, pero con banderas naranjas (color elegido internacionalmente para identificar a la familia "tradicional", por llamarle de algún modo). Algunos van acompañados de sus padres, y otros van con sus compañeros de colegio, como fui yo.

Todos y cada uno de ellos tienen derecho a ir si así lo creen conveniente. Ninguno tiene por qué asistir si no le informaron o enseñaron bien de qué se trata. No me parece justo hacer marchar a un ejército de púberes (y más chicos también) al son de un canto que declaman sus padres.

Pero pensar de manera independiente viene con la edad. Ay. Me siento un poquito más vieja, qué bueno.

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