Lo malo de los buenos recuerdos

Hay un punto en el que sabés que estás jodido, y es cuando tus dedos empiezan a divagar por el teclado y presionan solitos las teclas. Este es uno de esos momentos.

Llevaba al menos cuatro años sin jugar a los dardos. Mentira, probablemente haya jugado hace menos tiempo, pero no lo hice con tanto cariño. Porque con los dardos no se trata sólo de puntería o de la posición del brazo sino también de querer al dardo, y al bullseye.

De pie frente al blanco, con la luz tenue del bar alumbrando el disco blanco y negro, me limité a extender el brazo y sostener el dardo "como un papelito", como un bollo de papel, según quiso decir él. Pero yo no paraba de sostenerlo como un lápiz. Mike me critibaca lo mismo. Hoy le hubiera gustado verme jugar.

Extendí mi bazo, y dejé que el dardo se deslizara por entre mis dedos en forma de montoncito, no con la pluma entre mis dedos índice y mayor, sino agarrado por toda la mano. Triples, dobles, da igual. Salieron todos para el campeonato. Pero el problema era descontar. De eso se encargaba él, yo de tirar dentro del blanco.

De pronto me acordé de él, de su casa helada, del hogar caliente, y de la cerveza en el pub que estaba a sólo 5 minutos de caminata. Le saqué una foto poco discreta -la discreción no era lo mío por esos días- y después me reí. Entramos al bar, él, sus padres, su hermano y yo.

Otra vez estábamos en Killkenny. Preciosa ciudad junto al mar, de tiempo bravo y gente afable. Llovía, era de noche y la humedad nos tenía hartos. Estaba ahí, dimos justo en el blanco: cuando nos quisimos acordar, ya estaban los dardos volando.

Puede ser que los dardos y la sidra sean las cosas que más me acuerdo de él. Y sus frazadas calientes en una noche cerrada y fría, al punto en que los vidrios se empañaban.

Lo malo de los buenos recuerdos es eso: que son los que más persisten y dan lugar a la nostalgia, que no es otra cosa que querer volver a lo que ya no existe más. En vez, la nostalgia lleva a un mundo despegado de la realidad, pero MS me explica que la finalidad de los buenos recuerdos es perdurar.

"Necesitás acordarte de lo malo para cortar", señala ella, pero nada dura para siempre: "Al final, lo que queda en la memoria son los recuerdos felices", rescata. Al principio, esas buenas memorias son traicioneras, porque invitan a repetir el plato. Pero mejor evitarlo.

Y en nombre de eso se corta por los recuerdos malos, pero se sobrevive gracias a los buenos.

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