¿Cual es el valor del miedo?

Definir exactamente el sentimiento que denominamos “miedo” es casi imposible. Esto se debe a dos razones: una es que el miedo se manifiesta de diferentes maneras y en diferentes circunstancias según el ser (ya sea humano o animal); la otra razón es que es algo tan intrínseco en la naturaleza humana que nadie puede definirlo sin irse por las ramas de la filosofía no académica más conocida como “de la calle”.

Así como una vez traté el tema de la conciencia, hoy me gustaría desarrollar algunas hipótesis propias acerca del valor… del valor de tener miedo. Hoy en día suponemos que nadie, ya sea niño o adulto, va a sentir miedo. En el caso de un chiquito que le tiene miedo a la oscuridad o a los perros grandes se entiende, pero no se entiende que ese niño crezca y pase toda la vida teniéndole miedo a la oscuridad o a los perros grandes.

Y en éste punto recalco lo siguiente: ¿Es que ya no tenemos derecho a temer? “El mundo le pertenece a los valientes”, escuché decir una vez. Estoy de acuerdo con esta afirmación. Con lo que no estoy de acuerdo es con el concepto de que todos debamos ser valientes, intrépidos y atrevidos las 24 horas del día. Forma parte del lado animal del hombre sentir un escalofrío surcando su espalda cuando siente que algo no está bien.

Ser pacato, timorato o simplemente cobarde no es lo mismo que sentir miedo. No hay nada de malo, en mi opinión, el tener miedo y reconocerlo. Al reconocerlo podemos aclarar cuáles son las causas de nuestro temor. En este punto hablo desde la experiencia propia. Cualquier otra persona que haya experimentado el miedo sabrá de lo que hablo. Sentir miedo es una pequeña licencia que uno se da para reconsiderar las cosas.

A veces la gente es tildada de “miedosa” no porque lo sea, sino porque no estuvo lista para saltar al abismo de lo desconocido al mismo tiempo que el resto. Entonces, lo que faltó no fue valor sino madurez. Puedo analizar el tema una y otra vez y seguir llegando a la misma conclusión: lo que sea que no haya hecho “en su momento” habrá sido porque no era “su momento” después de todo.

Es una cuestión de prudencia. Lo que pasa es que usualmente atamos ese término a nuestra madre o abuela, pero independientemente de las asociaciones que podamos hacer, la prudencia hace que reflexionemos y actuemos con cierta premeditación y hasta sabiduría. Se aprende de los errores, sí, pero también se aprende con paciencia y usando un poco la cabeza.

Las cosas pasan siempre en el momento apropiado, y por las mejores razones. Cuando los tiempos se dan y todas las piezas del rompecabezas encajan, las cosas salen tan naturalmente que no hace falta tomar la decisión tal o cuál, ni hay miedos que vencer, porque los miedos no están presentes. Todo nerviosismo es comprensible, pero nunca es lo mismo que sentir el terror de que sea el fin del principio ni el principio del fin.

Entonces, para recapitular: si el miedo es tan humano como pensar, y podemos pensar sobre nuestros miedos, ¿porqué mejor no damos las gracias que tenemos la maravillosa cualidad de poder madurar nuestros miedos y convertirlos en agallas? Es tan humano como crecer de estatura o aprender a hablar varios idiomas, pero es más importante todavía porque el mundo le pertenece no sólo a los valientes, sino también a los sabios.

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