Cine de trasnoche

Faltaban cinco minutos para la medianoche de un viernes caluroso, húmedo y aburrido. Meterse dos horas en una sala refrigerada y a oscuras parecía una buena opción para combatir el adormecimiento de los sentidos.
Dos mujeres jóvenes decidían en voz alta qué película mirar mientras esperaban su turno para pasar a la boletería del cine. De repente se escuchó a sus espaldas la voz aguda y exaltada de un hombre.
--¿Por qué no avanzan? —inquirió –Si no pasan ustedes, paso yo –anunció dando pasos resueltos para sobrepasar a las jóvenes.
Era ligeramente más bajo que ellas y de pelo canoso. Sus ojos azules hacían velozmente el recorrido visual entre la boletería y la fila, que constaba de las dos mujeres, una pareja y él.
--Señor, estamos esperando nuestro turno. Espere usted el suyo… --comenzó a explicar una de las mujeres.
--¡Pero si no hay nadie! ¿No lo ven? –se quejó, gesticulando con las manos para dar mayor énfasis.
--Pero hay que esperar que [el marcador] dé el turno, ¿no lo ve? –repuso la otra joven.
Apenas abrió la caja de la boletería, las mujeres avanzaron, sacaron sus entradas y al irse, la que había hablado primero dio al hombre que seguía discutiendo con la pareja, un consejo:
--Relájese, ¡es viernes!

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