Adios.

Hoy me despedí de una pared cubierta de enredadera verde primaveral. Hoy me despedí de un cielo celeste claro, limpio, despejado de nubes pero surcado por cables. Hoy me despedí de la terraza de los de enfrente y del edificio de la Conferencia Episcopal desde donde se pudo ver al Papa cuando vino. Hoy me despedí del estacionamiento donde antes era el lote de ENTEL y que siempre me hacía acordar esa frase de Fito: “enredados en los cables de ENTEL, de algún sueño vamos a salir”. Hoy me despedí del edificio blanco y azul, donde solían estar las oficinas de Emecé y del edificio donde vivía prima Soledad.

Hoy me despedí de la primera noche que pasé despierta con la radio como única compañía, así como de mi primer cuarto sola, que era del color del cielo y tenía láminas de Quinquela Martín y una lámpara de hierro colgando del techo comprada en la estación Dorrego del tren. Hoy me despedí de la orientación sur, del pulmón de manzana fresco en verano y gélido en invierno y de los gritos de mi viejo peleándose con mi vieja todas las noches, si excepción. Hoy me despedí de José Flores, Diego, Tolaba y Muñóz. Hoy me despedí de mi primera casa y de mi infancia.

Cerré la puerta, le eché llaves, di la vuelta y bajé del séptimo piso por el ascensor ese que tiene el vidrio rayado del mismo modo hace fácil quince años. Me dejé muchas cosas adentro de ese departamento. Desde fiestas de cumpleaños hasta un tsunami de llantos. Pero antes de irme, antes de que fuera definitivo… antes de que ya no fuera mi casa y finalmente me hubiera mudado del barrio de Retiro, me senté por última vez sobre mi escritorio bajo la ventana que daba al pulmón de manzana y aspiré profundo el aire fresco proveniente del sur.

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