Sin tiempo para los suceptibles

Hay que admitirlo: en medio de una crisis, con el patio inundado o la casa en llamas, no es momento para ponerse susceptibles. Sobre todo cuando el problema es del otro y uno está medio de actor de reparto o más bien, como se dice en inglés, cumple un "supporting role", algo así como un rol secundario o de apoyo al principal.

Ahí, cuando las papas queman, es hora de poner la mente en positivo y de estar disponible para lo que haga falta, no de ofenderse por quién se entera antes que quien de la parte más trágica de la noticia, o de quién tiene el honor de salir a comprar carilinas, ibuprofeno, puchos y una birra fría antes de que cierre el chino.

De la misma manera, en los momentos felices no se trata de sentirse relevante por estar en todas las fotos de cada fiesta o evento.

Ser el confidente de alguien, o tener un confidente, es casi una rareza. Es como una suerte de servidumbre, en el mejor de sentido de la palabra: es saber guardar un secreto, aliviar una pena charlando (con chistes incluidos, por qué no), desenredar un nudo, descular un asunto, trazar un plan que luego se transforme en proyecto...

Como un mayordomo solícito o una dama de compañía muy ducha, un confidente está disponible aún si las circunstancias complican su presencia física. Dedica su tiempo si se lo piden, y eso no tiene precio.

Y cuando las cosas se complican, cosa que suele ocurrir; cuando más hacen falta las orejas y menos las lenguas, ahí es importante saber servir sin ofenderse por el rol que toque en la obra. Los personajes secundarios no están en todas las escenas.

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