La burbuja que explota

Era una noche de viernes cualquiera en la ciudad de Buenos Aires, de esas ideales para salir a comer y volver caminando despacio. La calle elegido fue Soler, en Palermo, y la conversación venía a colación de temas coyunturales como el precio del dólar, las inversiones que pueden realizar los trabajadores de clase media y el mercado -y la burbuja- inmobiliaria existente.

Se nos iban las cuadras debatiendo sobre si el mercado inmobiliario se verá afectado a mediano plazo o se acomodará a las circunstancias y se pesificará. De pronto escuchamos el sonido sordo de un golpe y otro más, pero agudo, que correspondía a los vidrios de un auto cayendo sobre la vereda de enfrente.

Recién entonces reparamos en que la moto que se había subido a la acera no era de un delivery de comida, sino de alguien que esperaba a un tipo que estaba estirando su brazo hacia el interior del auto que acababa de perder un vidrio de su ventana. Nosotros apuramos el paso, reacios a quedarnos a ver y aprender una nueva ocupación.

Jamás sabremos si el muchacho que paseaba a su caniche en la esquina siguiente vio lo mismo que nosotros, pero una cosa nos quedó en claro: hacemos futurología cuando se trata de la burbuja inmobiliaria, pero hay otras burbujas que se rompieron hace rato.

No me voy a hacer la sorprendida después de haber visto a dos tipos robando el estereo de un auto en Palermo, sobre todo porque no es la primera vez que escucho que la alarma de un vehículo dispara en medio de la noche.

Lo que me hizo gracia fue el contraste entre el tema intangible que veníamos discutiendo (o intentando razonar) y lo real de la escena que transcurrió en la vereda de enfrente. Literal y figurativamente.


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