Ulises

Ulises tiene los ojos claros, creo que verdes. Se retuerce en su asiento de la Linea D del subte y, al hacerlo, revolea sus largas rastas castañas. Sé su nombre porque esta escrito en la remera con cuello que tiene puesta, la chomba que le dicen. Se puede ver un logotipo en la izquierda de su pecho: es un uniforme de trabajo, pero no logro distinguir qué negocio es, y Ulises no deja de moverse.

Come unos biszcochos con fruición mientras inclina la cabeza para adelante. Hace migas, se tira para atrás. No emite sonido alguno, ni mantra rasta ni canción de Dread Mar I. Sólo se escucha el traqueteo del subte, el pitido de la alarma antes de que se cierren las puertas, y el ruidito del paquete que Ulises estruja entre sus dedos, que son blancos, largos y lampiños.

Me mira. Sí, Ulises mira a su alrededor, no está ausente ni metido en su propia mística reggae. Cruza sus piernas y las vuelve a su posición anterior. Echa una mirada de reojo. Todavía le presto atención. Hay gente sentada a ambos lados suyos, pero él sigue como si nada.

Cada tanto se rasca la frente, inclina la cabeza y cuando se incorpora aprovecha para mirar justo en frente suyo.

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