La musa inspiradora

Escribía sin parar en una hoja de cuaderno suelta que me había prestado el barman, en un boliche con buena música y mala iluminación, cuando de pronto una chica rubia, estruendosa, se sentó junto a su amiga en la mesa de al lado. Ella reía a carcajadas, se paraba cada tanto y contoneaba su cadera. Creo que sólo quería bailar, o llamar la atención.

Su amiga tenía el pelo castaño recogido en un rodete sobre la coronilla y anteojos de pasta negros, creo. Se habían pintado los labios con sendos rojos furiosos. La rubia tenía el pelo largo, lacio, algo alborotado sobre los hombros. Llevaba los ojos delineados con negro y un vestido corto rojo tornasolado. Las dos chicas se habían puesto unos tacos que parecían zancos.

La rubia no podía quedarse quieta. Su voz se escuchaba por sobre la música, que a estas alturas era una mezcla de hip hop y heavy metal bastante sui generis. Se paraba, miraba a su alrededor, cruzaba en dos pasos de sus finas piernas el estrecho salón hasta la barra, pedía otro chop de cerveza y se volvía a sentar. En cierto punto se acercó a la mesa que estaba del otro lado de la mía.

Al verla pasar frente a mí noté lo frágil y delgada que era, y que se tambaleaba y taconeaba por el alcohol. La chica quiso saber por qué los tres muchachos que estaban ahí sentados tenían remeras iguales, y pines identificatorios. Eran de un equipo de computación. La visita de la joven debía ser lo más interesante que les pasó en toda la noche.

La rubia logró que le regalaran un pin y volvió a su lugar, donde ahora había dos jóvenes que acompañaban a su amiga. Los cuatro empezaron a charlar (a todo esto, yo seguía sin poder hilar el relato en el que estaba trabajando).

De repente, la rubia se volvió hacia donde estaba yo y me preguntó con un chillido: "Disculpáme, ¿qué estás escribiendo?", eso sí, con todo y la aguda voz de cuello era delicada. Tenía los ojos marrones hundidos por esa lacra negra con la que se había impregnado los párpados y los labios estaban pintados de naranja. Una pena tanto disfraz, porque era una chica de facciones finas.

"Soy periodista, pero estoy escribiendo ficción", dije. En seguida me di cuenta de que había escupido en la tumba de Miguel de Cervantes Saavedra, pero ya había cometido la infamia de asegurar que estaba trabajando en un cuento.

"Ay, ¡no te puedo creer!", replicó la chica, y antes de que le pudiera decir que éramos dos las incrédulas agregó: "Yo tengo re baja autoestima y no me sale nada bien... Pero me encantaría". Algo hizo eco en mí. Contesté: "Sabés escribir, ¿no? Bueno, sentáte y escribí sin parar lo que se te dé la gana y algo te va a salir".

Sí, soy candidata a dar charlas de autosuperación. Pero la chica no lo tomó a mal. En vez, levantó su mano derecha y me mostró su palma. Me dijo que se llamaba Victoria, y le choqué los cinco. "No seas tan dura con vos misma, sino el resto va a ser mucho peor", le aconsejé, como si tuviera alguna autoridad en la materia.

Victoria se volvió a su amiga para comentarle sobre el personaje con el que acababa de chocar los cinco, pero la chica estaba más preocupada por definir el siguiente paso de la noche junto a sus dos acompañantes. Bajé la mirada de nuevo a mi hoja llena de garabatos y cuando volví a prestar atención a mi entorno, la voz chillona se había ido, junto con su bella dueña.

2 comentarios:

Tomás en Shorts dijo...

si llegó a chocarte los 5 es porque estaba realmente borracha o porque era medio boluda... no está re out chocar los cinco ya?

igual bien por levantarle la autoestima a una chica de cristal (o plastico)

Antonia Cossio dijo...

Jaaaa!! No sabía que estaba "re out"! Y encima confesé en mi Blog q... lo hice! El horror! El horror...!