El general y el mago erudito

"Bajó del coche de superficie del que se había apropiado y llegó al umbral de la vetusta casa que constituía su destino. Esperó. El ojo fotónico que abría la puerta estaba activado, pero fue una mano la que abrió.
Bel Riose sonrió al anciano.
-Soy Riose...
-Le reconozco. -El anciano permaneció rígido, y nada sorprendido, en su lugar. -¿De qué se trata?-
Riose dio un paso atrás en gesto de sumisión.
-Un negocio de paz. Si usted es Ducem Barr, le pido me conceda el favor de que mantengamos una conversación.

Ducem Barr se hizo a un lado, y en el interior de la casa se iluminaron las paredes. El general entró en una estancia bañada por luz diurna.
Tocó la pared del estudio y luego se examinó las yemas de los dedos.
-¿Tienen ustedes esto en Siwena?
Barr sonrió ligeramente.
-Pero sólo aquí, según creo. Yo lo mantengo en funcionamiento lo mejor que puedo.Debo excusarme por haberlo hecho esperar en la puerta. El dispositivo automático registra la presencia de un visitante, pero ya no abre esa puerta.
-¿Sus reparaciones no llegan a tanto? -La voz del general detonaba ligera una ironía.
-Ya no se consiguen piezas de recambio. Tenga la bondad de tomar asiento. ¿Desea una taza de té?
-¿En Siwena? Dios mío, señor, es socialmente imposible no beberlo aquí.

El viejo patricio se retiró sin ruido, con una lenta inclinación que era parte de la herencia legada por la aristocracia desaparecida de los mejores días del siglo anterior.

Riose siguió a su anfitrión con la mirada, y su estudiada urbanidad se sintió algo insegura. Su educación había sido puramente militar, lo mismo que su experiencia. Se había enfrentado a la muerte en repetidas ocasiones, pero siempre a una muerte de naturaleza muy familiar y tangible. En consecuencia, no es de extrañar que el idolatrado león de la Vigésima Flota se sintiera intimidado en la atmósfera repentinamente viciada de una habitación antigua.

El general reconoció las pequeñas cajas de marfil negro que se alineaban en los estantes: eran libros. Sus títulos no le eran familiares. Adivinó que la voluminosa estructura del extremo de la habitación era el receptor que convertía los libros en imagen y sonido a voluntad.No había visto funcionar ninguno, pero sí había oído hablar de ellos.

Una vez le contaron que hacía mucho tiempo, durante la época dorada en la que el Imperio se extendía por toda la Galaxia, nueve de cada diez casas tenían receptores como aquél, e incluso estanterías con libros.

Pero ahora era necesario vigilar las fronteras; los libros quedaban para los viejos. Además, la mitad de las historias sobre el pasado eran míticas; tal vez más de la mitad."

"Fundación e Imperio", de Isaac Asimov.

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