Las sirenas

- ¿Escuchás como sale el barco? -me dice en alta voz Mamá Chan desde su cuarto. Del otro lado de la pared, me detengo a escuchar el sonido en el ambiente e identifico las bocinas lejanas de la avenida y el suave ronroneo de un motor, como de aspas batiéndose.

- Son los barcos saliendo del puerto -prosigue madre, en su peregrimar a quien sabe qué recuerdo de la infancia junto al río. -Hace un rato se escuchó la llamada, la sirena del barco... Ahora sale. Son esos cruceros que vienen al puerto en verano y después siguen viaje -sostiene tozuda. -Quizás recalan en Montevideo antes- agrega.


"No", pienso, "no tiene fiebre". Tampoco puede ser el clima, porque sopla una brisa fresca, un bálsamo tras varios días de calor pegajoso y húmedo.

Nuestra casa, ubicada en un piso once, tiene la particularidad de una vista agradable y buena ventilación, pero dificilmente el aire nocturno traiga los ruidos del puerto de Buenos Aires, o se alcance a ver el contorno de un crucero perdiéndose en el horizonte.

Por más alto que sea un edificio en ésta zona de la ciudad, no se llega a ver el puerto, ni los muelles desde donde salen los buques a Uruguay.

Quizás desde lo alto de una torre muy moderna, y en un día despejado, se puede apreciar la imagen de un barco partiendo cargado de turistas y con extraños lujos como una pileta para navegar en el mar. Ya no viajan ni las vacas ni los baúles, aunque sospecho que todavía pasan desapercibidos de tanto en tanto los polizones.

No olvido que es más de medianoche, y que todo puede ser un sueño. Aún así, no creo que Madre esté alucinando. Sólo se sumerge un rato en sus recuerdos más preciados cuando la realidad la aburre. En cambio, yo escucho a lo lejos como se baten a todo lo que da las hélices de un helicóptero que sobrevuela la zona.

Quizás es el "Ojo en el aire"... o quizás puedo mantener la ilusión...

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