“Confess your hidden faults. Approach what repels you. Help those you think you cannot help. Anything you are attached to, let it go. Go to places that scare you.”
Machik Labdron; Tibetan poet.
Mejor sería preguntar : ¿Me veo? Bastante poco, por lo que veo. Cínica, jactanciosa, irónica, irascible… Y ni siquiera hablé de los rencores, que son en su mayoría conmigo misma. Utópica. Hasta el hartazgo, hasta el hastío. Intrincada como un tango, igual de dramática en sus finales. Gran constructora de suposiciones como puentecitos que llevan ningún lado, pero que temo dejar de lado, no sea cosa de que me quede sin un punto de partida para una nueva suposición.
Lo que me da miedo me gusta; lo que me sale fácil me aburre. Lo que no puedo alcanzar me intriga, y me desencanta lo que me rodea. Me cuesta cuestionar, y también esperar las respuestas. Una vez que las tengo me cuesta entenderlas. Si me aburren, las dejo. Con las personas me pasa algo parecido: Hace un tiempo implementé la onda zen, mi versión de lo que es la filosofía oriental del equilibrio Zen. Con esta premisa, dejo fluir ciertas cosas como el malhumor que algunos despiertan en mí.
Sin embargo, cortar y quemar los puentes que me unen a ciertas personas no me hizo ni más feliz ni me dejó más tranquila. Porque mi cabeza piensa todo el tiempo. Sufro de una esquizofrenia muy particular: cada ángulo de mi cerebro piensa distinto y por lo tanto, nunca estoy de acuerdo conmigo misma. “Pregúntame de nuevo mañana”, contesto más de una vez. Ya viví tranquila, despierta, activa, enojada, dormida, triste… y no me resigno a vivir como el resto.