Eso que te pasa es el Domingo

Envejecer en sí no es malo. Lo que traen los años puede serlo, o no. Pero una cosa es cierta: uno puede empezar a envejecer décadas antes de llegar a ser viejo. Tal es el caso de los gustos personales. Lo que antes nos causaba gracia ahora nos da pena o nos exaspera. Lo que antes hacíamos sin culpa ahora lo hacemos como un “placer culpógeno”. Así también, algunas actividades empiezan a perder importancia y otras a ganarla. A este punto quería llegar. El domingo en casa nunca fue un día “familiar”, ni dedicado al culto religioso. Ninguna mística futbolística ni programa de televisión dominaba la hora del almuerzo como si fuera un invitado incómodo que manipula la conversación. Pero últimamente es distinto. Los domingos ya no son para dormir hasta las cuatro y comer sandwiches de paso, sino para levantarse antes del mediodía y preparar el almuerzo. Poner la mesa y cocinar con un Chef en Jefe y Silvita (la que escribe es la última), son algunas de las cosas que pasan ahora. Y no es ni mejor ni peor, simplemente es distinto. Uno empieza a envejecer cuando se da cuenta que puede pasarse toda una mañana sin discutir por pequeñeces, simplemente coexistiendo en ese ritual silencioso e implícito que es levantarse, leer el diario, tomar un café con leche, comprar ingredientes, cocinar y poner la mesa. Ser capaces de disfrutar eso hace a la gente más sabia, más serena. Hace que dé pena ponerse a discutir por quién cuida la compota y quién saca la basura. Recibir la visita de una tía, sentarse a almorzar y hablar de fútbol como si todos los comensales (cinco mujeres en mi caso) fueran técnicos avezados es un pequeño placer para nada culpógeno.

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