Hombres como niños

Hace algunas noches fui a comer a lo de una amiga y tuve la oportunidad de verla a ella, a su marido y a varias de las chicas con las que fui al colegio. Una de ellas había llevado a su novio y LL, mi pareja, llegó un par de horas después que yo.

Después de un encarnizado debate, decidimos pedir un mix de pizzas y empanadas, y yo pedí las de LL porque todavía no había llegado y le conozco los gustos, o casi. Pero hubo un comportamiento que me llamó la atención en mis amigas: no paraban de asediar al novio de una de ellas para que definiera qué comería.

Por un momento las vi como dos madres jóvenes intentando que su pequeño hijo fuese honesto sobre la comida que quería, desde la cantidad de empanadas hasta el gusto de la pizza. Como si no supiese qué le piden sus jugos gástricos.

Entonces sonó el timbre y apareció en escena LL. Le ofrecí algo para tomar, le alcancé un vaso y se sentó al lado mío, pero no en el mismo sofá que yo, sino en un banquito.

"Pero, ¿qué haces sentado ahí? Anto, ofrecele un mejor lugar donde sentarse... ¡Pobre!", me recriminó el dueño de casa entre risas cuando vio que mi pareja (un hombre adulto y más grande en edad que yo) había elegido ubicarse un asiento de su living que no era el apropiado según su parecer.

No sé qué impulsó a LL a sentarse ahí, pero yo no se lo iba a discutir. Es un hombre adulto y si tiene ganas de sentarse como indio en el piso o en una silla para bebés es su problema y yo no soy la madre para andar diciéndole qué hacer. Bastante que me arriesgué a elegirle las empanadas porque se hacía tarde para pedir al delivery.

Aunque todo el episodio, desde mis amigas en modo "mamá gallina" hasta el reto del dueño de casa, fue con buena onda, me quedé pensando en las mujeres que acostumbran a sus parejas a comportarse como niños, aún cuando se trata de hombres muy bien decididos que saben cuántas empanadas quieren y de qué gusto, y dónde se quieren sentar a comerlas, en el caso de que quieran sentarse.

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