Para admirar su belleza

Interior - Noche - Cabina de un taxi que recorría la Avenida Cabildo, antes del túnel.

A ciertas horas de la madrugada es inútil tratar de elegir un taxi en la ciudad de Buenos Aires: escasean tanto que hay que subirse prácticamente al primero que aparezca. Por eso terminé en el asiento trasero de ese auto negro y amarillo que me llevó a velocidad pareja y constante por la avenida Cabildo, desde la estación Olleros hasta después del túnel en el que muere la vía.

El taxista parecía de buen humor, o al menos nada indicaba que no lo estuviese. No fruncía el ceño, no era parco ni seco en sus respuestas, ni siquiera se molestó en subir la radio de su auto para evitar una conversación casual. Saltamos de una tira a otra en las redes de avenidas de la ciudad y a la altura de la vieja cárcel de mujeres, en Palermo, rompió el silencio.

"Yo me la llevaría a mi casa...", expresó con una sonrisa afable y una voz poco invasiva. El hombre se refería la estatua de una mujer que habíamos visto algunos metros atrás en nuestro recorrido. "Merecería un aplauso, medalla y beso", insistió, "porque yo me las llevaría para admirar su belleza". El taxista se mostró dolido al ver las obras de arte dañadas en la vía pública.

Al parecer, el hombre consideraba que los jóvenes "de hoy en día" eran vándalos sin corazón ni sensibilidad artística, incapaces de respetar las delicadas líneas del cuerpo de una mujer, así fuesen de mármol de Carrara, granito, bronce, o incluso de carne y hueso.

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