Morir como un perro

"Es todo lo que podemos hacer por él. Está demasiado avanzado", lanzó. Me resultó una suerte de sentencia de muerte. Busqué la salida más razonable. "Usted es el tercer especialista que vemos, ¿no hay nada más que se pueda hacer?", imploré. "Nada. Es una metástasis, ¿qué más se le puede pedir después de todo lo que pasó?", convino.

Se deshizo en perdones y disculpas, en miles de "si lo hubiesen traído antes", pero nada. Lo miré unos segundos para tratar de descifrar esperanza donde no la había. "Déjelo ir, entonces. ¿Qué más le podemos pedir?", exploté. Llena de clemencia, de tristeza, mi voz retumbó en las paredes del pasillo recubiertas de azulejos. 

Trece años, dos mudanzas, cuatro novios, un marido y cinco jefes de por medio, él había sido el único que me acompañó fielmente todo el tiempo. Y no había nada que yo pudiera hacer para mitigar su dolor de cabeza, su mareo, su falta de apetito, las ganas de hacer pis que no podía controlar...

"¿Habrá algún suero, remedio, algo que pueda aplacar el dolor? Para que no sienta nada...", empecé. "Como haber, es bastante poco...", convino él. "Pero... se va a morir como...", seguí. "Sí", me interrumpió, visiblemente desconcertado por mi sensiblería. "Se va a morir como lo que es: un perro", remató.

No lo pude soportar. No podía admitir que fuera ese su final, porque un ser tan lleno de compasión sólo puede despertar el mismo sentimiento. "¿Y dormirlo?", tiré, sin siquiera escuchar lo que estaba pidiendo para mi compañero fiel de años, de sesiones de ejercicio y de algún que otro viaje.

"Es una opción, si es lo que querés, lo podés charlar con Analía, en la mesa de entrada", contestó el veterinario. "Bueno", respondí, extrañamente aliviada. Le miré los ojitos marrones por última vez. No tenía raza, pero era un lord inglés, uno con bigotes y cejas pobladas de pelo marrón.

Alfio no estaba triste. Estaba sintiendo dolor y quería descansar. Me lo dijo con la mirada. Y accedí. Porque no iba a dejar que muriera como un perro. Yo soy un ser humano, así que le diuna muerte humanitaria.

Y después, mucho tiempo después, me percaté de lo bueno que es vivir en un país donde existe la muerte digna, para que ningún ser humano tenga que ser un Alfio que tenga que morir como un perro aunque no lo merezca.

1 comentario:

pequeni0ombre dijo...

Por más Alfios dignos....

Mi Pancha lo acompaña, con toda su peludez oriental!

me gusta tu lucidez