El limeño

Extracto del libro "Si me querés, queréme transa", de Cristian Alarcón.

"Cuando llegué de Lima, todavía chibolo, fui a la escuela. Duré unos cuatro meses. Como dicen acá, 'me verdugueaban' desde las maestras hasta mis compañeros. No podía dibujar ni las alturas de tierra seca que había frente a mi casa. Me preguntaban que de dónde había sacado esas montañas. Tampoco podía dibujar el cóndor, que es para nosotros el que habita en las alturas. Me decían que estaba en la Argentina, así que había que hacer la pampa y el ombú. Y yo la hacía, pero me parecía un poco aburrido. Allá, con mis primos, subíamos a las alturas para escapar del barrio y mirarlo desde arriba, lleno de esas calles anchas y con las familias creciendo en esas casotas en las que se iban agregando pisos sin parar. Eran manzanas y manzanas cruzadas siempre por el ruido de las mototaxi. Hasta que la arena de mar se vuelve demasiado fina y ya no se puede construir porque lo que sea se derrumba. Solamente una vez dibujé los montes, y una sola vez la casa con el mar de fondo, con las mototaxi que parecen unos vehículos del futuro decorados con todos los colores que se puedan imaginar. Nomás una vez los dibujé porque se me rieron en la cara, los conchesumadre."

"Porque los gringos blancos -acá hasta los más negros se creen blancos al lado de nosotros-  se burlaban, me sacaban el cuero como a un chancho pelado. Me fui quedando en silencio de no poder pronuncias las 'eses' como acá. Allá decimos distintos, y qué quiere que le diga, ¡mejor! Porque, fuera de broma, hablamos, digo yo, un castellano más bonito los limeños. Nos decimos entre nosotros 'causa', que es lo único que yo fui borrando desde el principio para adaptarme a los argentinos que se dicen 'che, boludo'. Allá tenía unos sueños que acá perdí, porque es todo bien diferente: me veía subiendo solo frente al horizonte anaranjado de las tardes en el Callao, como chofer de un micro, para ir al centro cuatro veces al día. Ya me veía yo cruzando la ciudad como hacía un tío mío. Me imaginaba ya despierto tocando la bocina de mi combi propia, haciéndome respetar en la calle como se hacen respetar los que manejan esas chatarras en las que andamos todos en Lima, bien apretaditos. Porque acá los colectivos son grandazos pero allá son más pequeños. Acá en lugar de tocar bocina todo el tiempo como allá, se dicen puteadas y facilito, como si nada, se menta a la madre. Allá si le mentas la madre a uno, capaz que te mate. Igual, no quiero ser criticón, porque bien agradecido que estoy a pesar de lo duro que ha sido. Me ha ido bien, pienso ahora. Yo soy un sobreviviente de tres guerras en esta Villa del Señor, que aunque usted no lo crea se va pareciendo cada vez más a los barrios de mi querida ciudad de Lima."

No hay comentarios.: